Santiago Sánchez: “Si piensas, no existes”
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Santiago Sánchez, fundador y director de la compañía teatral valenciana L'Om-Imprebís, no siente nada cuando se sube al escenario. Algunos considerarán esta actitud una frivolidad; otros, una falta de compromiso con su profesión. Ambos estarán enormemente equivocados: “Yo tenía un cartel que decía ‘si penses, no existeixes’ y en el escenario pasa justamente eso: te dejas llevar y no puedes pensar en nada, ni en el futuro ni en el pasado; sólo vives el momento sin analizar lo que sientes ni pensar qué estarán sintiendo los demás. Si lo haces te estás equivocando. Eso sí, cuando llegas al camerino te da ese no sé qué, ese subidón de adrenalina que…”. El dramaturgo no es capaz de terminar la frase. Intuye que nosotras jamás sabremos a qué se refiere. La actitud de Santiago ante el teatro -quiero decir, ante la vida- comienza como todas las buenas historias que nos conmueven. Más o menos como empezaba Un obús en el corazón, una de las últimas obras que Santiago ha dirigido: “Nunca se sabe cómo empieza una historia, nunca se sabe. Quiero decir que cuando empieza una historia y esa historia te pasa a ti tú no sabes cuándo empieza. Quiero decir que tú no vas por ahí andando tranquilamente por la calle y de repente dices: ¡Mira, una historia que empieza! Quiero decir, no se sabe”.
Esta que ahora leerán y que tiene forma de entrevista también es una historia. Una que comienza en un café un sábado por la tarde. Hemos quedado con Santiago Sánchez justo antes de que comience el segundo pase de Pels péls, espectáculo de L’Om-Imprebís que estos días da vida al Teatro Talía.
Santiago llega puntual y mientras Paula -fotógrafa y editora jefe de esta publicación- le retrata en la Gran Vía, yo intento apurar los últimos minutos para preparar la entrevista. Hemos podido acceder a Santiago gracias a Andrés, padre de Paula, amigo de juventud y amante del teatro ecléctico que Santiago lleva décadas creando. Quizás no sea muy académico esto de explicar cómo se gesta una entrevista. Tal vez, incluso, a ustedes les importe más bien poco pero creo que es necesario que conozcan esta intrahistoria para entender en su verdadera dimensión la huella que esta charla con Santi nos ha causado.
-¿Tú naciste en Picassent, no?
-No, no, yo nací en Valencia pero a los dos años nos mudamos a Picassent porque mi madre tenia un colegio allí desde finales de los años 60 hasta el 2006. A los 16 años volví a Valencia.
-¿Te acuerdas de la primera vez que fuiste al teatro?
-Sí, claro. Fue en Picassent, dentro de unas campañas que hacía la Diputacion de Valencia en el año 1978. Yo debía tener unos 13 años y fui a ver a L' Entaulat. Seguramente había visto otras obras antes pero esa sensación plena de “ir al teatro” no la tuve hasta ese día.
-¿Y ese día nació la vocación?
-No porque yo tenía vocación de futbolista, lo que pasa es que era muy malo. Y también era un peligro social. Mi padre debió entender que o me metía en el fútbol o en el teatro o me acabaría convirtiendo en un quinqui. Hay que decir que de aquella época, la mayoría de compañeros de pandilla ya no están. En los años 80, la delincuencia fue muy bestia y lo cierto es que nunca me metí en el mundo de las drogas.
-Bueno, te metiste en ese otro tipo de adicción que es el teatro, ¿no?
-Sí, la verdad es que sí. Mi padre debió intuirlo porque pronto me dio a leer muchos libros y en el año 1978 empecé a hacer teatro. Cuando tenía 16 años dirigía ya cinco grupos y supongo que por ahí saldría toda mi violencia.
L'Om-Imprebís nace de la falla L'Om de Picassent. La historia que se esconde detrás de este símbolo del pueblo es fascinante: en Picassent había un viejo olmo que estaba ubicado en la entrada del pueblo. Era el ser vivo más anciano del lugar, pues alguien lo plantó en la entrada del pueblo hacia 1800. Si Madrid tenía su oso y su madroño y en Valencia el símbolo es el rat penat, en Picassent tenían su olmo. Símbolo y orgullo de sus vecinos, punto de encuentro para los amantes que iban a festejar, se veía a kilómetros. Sin embargo, el miércoles 4 de octubre de 1978 el viejo olmo de 180 años se derrumbó alrededor de las ocho de la tarde, dejando un gran vacío y un pueblo sin símbolo. Por eso, el nombre de la compañía que Santiago creó era un homenaje al símbolo de su pueblo.
El segundo montaje de la compañía -La muerte accidental de un anarquista- supuso el verdadero punto de inflexión. Empezaron a recibir llamadas de todas partes y, poco a poco, se fue transformando el grupo. Al cumplir 18 años, Santiago se planteó seriamente la idea de profesionalizar el grupo y consolidarse dentro de la escena teatral valenciana, española y mundial:
-En los años 80 todo el mundo creía que Valencia iba a ser la capital del teatro con gente como Juli Leal, Camisir Gandia, Manolo Molins o Rodolf Sirera. Por otra parte estaba el teatro valenciano independiente con compañías como Pluja o PTV-Clowns. Un teatro fundamental a la misma altura que Els Comediants o Dagoll Dagom en Cataluña. La diferencia es que en Catalunya se aupó y aquí se hundió.
-¿Y cómo evolucionó la compañía?
-Pues hicimos un espectáculo como Imprebís, que es un éxito tan grande que casi nos quedamos prisioneros en él. Para evitarlo, cambiamos radicalmente e hicimos Galileo de Bertold Brecht. Eran los años 90, uno de los momentos más complicados para hacer teatro en Valencia y una de las cosas que decidimos fue hacer coproducciones con otras partes de España. De forma natural se fue incorporando gente de otros lugares. En 1998 hacemos los primeros viajes a Bolivia y Argentina. Una vez allí, no queríamos solo hacer las funciones sino también contactar con gente. Hasta que llegó un momento en el que la gente decía que L'Om era como la ONU.
A partir de ese momento se consolidan tres líneas bien definidas en la compañía: en primer lugar, adaptaciones de grandes textos clásicos como Tio Vania de Chéjov, Calígula de Albert Camus o Don Juan Tenorio de Zorrilla; por otro lado, los espectáculos de improvisación y de teatro directo como La Crazy Class, los mejores sketches de los Monty Python o Decameron Negro; y por último, esas joyitas teatrales más pequeñas, con uno o dos personajes y que marcan el sello de prestigio de la compañía: Un obús en el corazón, de Wajdi Mouawad; La mujer invisible, de Kay Adshead o En la soledad de los campos de algodón de Bernard-Marie Koltès.
Santiago se expresa con firmeza y delicadeza. Tiene los atributos del gran orador, es decir, de aquel tipo de persona que te habla como si tú también lo supieras todo. Sus manos elegantes y delicadas se expresan al mismo ritmo que su voz; puntúan, dibujan, precisan aquellos aspectos que quiere destacar. Es un placer observar de cerca un dominio tan extremo del cuerpo y de la voz.
-¿Cómo es el proceso de creación de cada obra?
-Es muy diferente. La improvisación, por ejemplo, es muy difícil. Con el éxito que tuvimos nosotros podríamos habernos montado una especie de franquicia con Carles Castillo y Carles Montoliu pero preferimos cambiar. La Crazy Class fue un espectáculo increíble para nosotros porque pudimos aplicar todo lo que habíamos aprendido, es decir, el hecho de hacer improvisación influye en que cuando hacemos Calígula o El Quijote podamos diferenciarnos del resto. Y también al revés: el hecho de hacer Chéjov o Camus hace que en el teatro más directo no nos quedemos en el texto fácil.
-¿Y desde cuándo te interesas tú por la técnica de la improvisación?
- Tengo la sensación de haberme sentido atraído por el trabajo de la improvisación y el teatro popular desde siempre. En el año 1982 yo venía de la escuela de Jacques Lecoq, con Berty Tovías. Luego me marché con Boadella donde hice mucha improvisación y él se quedó dirigiendo la compañía. Después, haciendo Chiquilladas en París con Raymond Cousse me encontré con un movimiento brutal que es la Liga de Improvisación francesa y nos trajimos al responsable que es Michel López que es quien creó Imprebís. Pero para mí el gran maestro es Peter Brook y he tenido la suerte de conocerlo trabajar con él.
-¿Y qué otras cosas te han enriquecido?
- Por ejemplo todo lo que he aprendido viajando a África, un continente minusvalorado y despreciado. El valor intrínseco de sabiduría y conocimiento tiene mucho que ver también con todo lo que tiene que estoy haciendo en Perú en la Amazonia. De ahí nace La Muyuna, nuestro proyecto peruano.
Cuando uno habla con Santi debe tener dispuesto un cuaderno cerca para ir apuntando nombres, títulos y países. El dramaturgo habla con pasión de una profesión a la que venera. Sin embargo, el brillo se le instala definitivamente en los ojos cuando menciona los países de África o Latinoamérica que ha ido visitando. Santi tiene las mismas cualidades que los juglares de la Europa medieval, es decir, aquellos artistas ambulantes que iban propagando historias en los pueblos y ciudades:
-En 2007 viví una experiencia brutal cuando recorrí la parte continental de Guinea buscando lugares donde no hubiera llegado la televisión. Fuimos un grupo de artistas de distintas disciplinas y quisimos buscar cómo interesar al público con nuestro trabajo. Lo que hicimos al llegar fue lo de siempre: esperar a que se hiciera de noche y poner unos focos estupendos. Pero cuando llegamos al primero de los lugares nos dimos cuenta de que era una agresión tan brutal la que estábamos haciendo a la noche africana… Allí la noche es verdaderamente la noche y los focos cegaban a cualquiera en varios kilómetros a la redonda. Y ahí aprendimos: la siguiente vez lo hicimos al atardecer, encendimos una hoguera, pusimos filtros en los focos y poco a poco fuimos transformando la luz de manera que fue una alteración natural. Cuando monté el espectáculo en el Teatro de la Zarzuela hice lo mismo en el cambio de luces. Lo mismo que hice en África. Todo esto no se aprende estudiando sino con la experiencia, a través de ósmosis. Lo que más me ha enseñado África y Latinoamérica es a vivir escuchando y sintiendo. Aquí llega un momento en que los sentidos se anulan. Esos países me han enseñado a trabajar de otra manera con los actores. Me han cambiado como artista pero, sobre todo, como ser humano.
La charla con Santi se desarrolla en valenciano y castellano indistintamente. La riqueza de la convivencia de ambos idiomas -una que, por cierto, practicamos con mucho placer desde esta revista- es un pensamiento recurrente en el dramaturgo y actor: “En mi familia, con mi madre, siempre he hablado en valenciano y con mi padre en castellano. Yo me siento cómodo y mi lengua materna es el castellano pero aprendí valenciano con 13 ó 14 años porque quería. Soltaba totes les espardenyades posibles, eso sí. Luego hice filología y empecé a hablar los dos idiomas, lo que me parece una riqueza: me parece de cafres restar. Y me produce mucha lástima. Yo creo que es algo que tiene que ver con la sociedad. Ojalá nos dé tiempo a que ese cambio se produzca pero está tan tierno...”.
Percibimos que a Santi le importa su ciudad. Su visión nos parece certera porque combina la autocrítica, el reconocimiento del mérito, el sentimiento. “A nosotros se nos reconoce más fuera que aquí en casa. Desgraciadamente es un reflejo de cómo somos y lo poco que nos apreciamos. A veces nos enrollamos en una bandera o con el Valencia C.F. y en esto de la cultura nos cuesta muchísimo. Espero que llegue un cambio pero si no, no pasa nada. Tenemos otras muchísimas cosas buenas los valencianos”.
- El otro día, el diseñador Xavi Calvo nos decía que las fallas en Valencia lo aglutinan todo. Tu compañía nació precisamente de una falla. ¿Qué opinas sobre el que se considera el gran fenómeno cultural valenciano?
- Mira, yo creo que la izquierda nacionalista valenciana ha aprendido del horror garrafal que cometió en los años 80 despreciando a las fallas porque tú no puedes despreciar un movimiento popular. Puedes intentar transformarlo, enriquecerlo, movilizarlo de otra manera. Fue un error que se pagó tan caro que una persona como Rita Barberá lo entendió a la perfección y lo capitalizó y era la mayor fallera del mundo. Ahora la reacción es la siguiente: no queremos cometer los mismos errores y nos hacemos más falleros que los falleros.
-¿No crees que hay algo de tópico en creer que todos los falleros tienen un perfil idéntico?
-Sí, es verdad. Esto que digo es injusto porque dentro de las fallas hay gente maravillosa, culturalmente muy potente y también gente retrógrada. Pero lo que no podemos evitar es que llegará marzo y habrá centenares de monumentos plantados en la ciudad y toda una industria económica -no menor que la cultural- moviéndose.
-¿Qué hacemos entonces con la cultura?
-Mira, el problema en Valencia y quizás también en España, es que la cultura no ha sabido encadenarse con la sociedad. Yo me acuerdo de un conseller de cultura del Partido Popular que un día me dijo: “Es que la cultura no nos da ni nos quita ningún voto”.
-Siempre se pone el caso de Francia como ejemplo. Tú has trabajado allí. ¿Crees que es así, que en Francia la cultura se mira de otro modo?
-Claro, el problema aquí es que la sociedad no aprecia al cultura como un valor, algo que en Francia, con todos sus problemas y sin querer idealizarla, no sucede. Allí sí hay un cierto aprecio por esa excepción cultural. Aquí el poder ha entendido que la cultura o es publicidad o es un lujo. Ha dejado de creer lo que realmente la cultura es: un motor de transformación. Entonces, si es publicidad se le financia y apoya; si es lujo se hace cultura para las élites y se quita la fuerza del creador cultural como modelo de cambio. Hasta el propio creador se olvida de que hace cultura para cambiarse a sí mismo. Yo, si me voy a África o Perú intento cambiar yo. Si además puedo difundirlo y transformar a los demás, mejor. Pero yo voy por mí.
El tiempo pasa muy rápido cerca de este sabio humilde y sencillo. Santi nos habla de compañeros a los que admira y cuyo emprendimiento entiende como un nuevo motor, una nueva dimensión para la profesión. Nos habla de Miguel del Arco y su fantástico proyecto en el Pavón Kamikaze, pero también del multiempleo de un hombre como Josep María Pou que actúa, hace radioteatro, gestiona un grupo como Focus y dirige un teatro.
-¿Cómo ves el futuro de tu profesión?
-Pues fíjate, durante mucho tiempo la profesión actoral en Valencia la asentó el doblaje. Esta es una profesión en la que lo difícil es aspirar a vivir de ella; pero lo verdaderamente imposible es vivir del escenario exclusivamente. Sobre todo desde el año 2008.
-¿Cómo percibes esa tendencia del trasvase de actores de televisión para llenar las butacas en el teatro?
-El reclamo de los actores de televisión lo pide el teatro en este momento. Por ejemplo, yo creo que ahora con el futuro nacimiento de la televisión valenciana sería estupendo crear una especie de star system valenciano. En la obra que ahora estamos haciendo en el Talía, por ejemplo, viene mucha gente porque está Lola Moltó de L' Alqueria blanca o por Alfred Picó de Autoindefinits. Creo que si la tele pública se pone al servicio de todo esto será genial. Pero el teatro es difícil en la televisión. Al teatro hay que ir porque es un arte vivo. Lo mejor que se puede hacer por el teatro en la televisión es hacer programa divulgativo para llevar a la gente a los teatros.
Santi mira su reloj y aunque no quiere terminar la charla, nos anima a que emprendamos el camino hacia el barrio del Carmen. Apenas quedan unos minutos para que la primera función de Pels Péls termine. Nuestra intención es meternos en el teatro en el momento más mágico: cuando está vacío y se respira el olor de los miles de actores que han pasado por allí poniendo sus sonrisas, sus voces y sus lágrimas al servicio de esas historias maravillosas que, a diferencia de lo que ocurre en la vida, sí tienen un principio y un final muy determinado. La mujer de Santi, Chus, viene a por él. Se marchan, como no podía ser de otra manera, al teatro. Van a ver una función de máscaras en la que actúan algunos de sus buenos amigos.
Los minutos que separan la Gran Vía de la Calle Caballeros los empleamos en explicarnos mutuamente la fascinación cultural y vital que este hombre nos ha contagiado. Cuando llegamos al Talia vemos salir al público de la función anterior. Todos tienen algo en común: una mueca de sonrisa en la boca, un gesto de satisfacción, una mirada de haber experimentado un gozo reciente.
Tortosa es el nombre del acomodador del teatro. Debe llevar décadas indicando la fila y el asiento a miles de espectadores que van a ver al teatro aquello que no acaban de comprender en sus vidas. Porque de eso va un poco el teatro, ¿no? Leemos, escuchamos música, vamos al cine o al teatro a ser espectadores de todas aquellas situaciones que jamás experimentaremos pero que ensanchan nuestros mundos y nos hacen más conscientes y revolucionarios.
Deambular por el Talia tiene algo de ejercicio laberíntico; sortear los objetos y elementos que forman parte de la tramoya tiene el espíritu de una suave invasión. Allanamos el camerino femenino cuando Lola Moltó y Marta Chiner están cenando. Su cena es frugal -una manzana- y todavía llevan los rulos puestos. Acaban de experimentar uno de esos subidones frenéticos que provoca el escenario. Ellas, sin embargo, parecen recién salidas de un balneario: “Yo, personalmente, tengo que agradecer que este papel llega en un momento fenomenal. Es magnífico, como si te tocara la lotería. Santiago, como director, tiene una paciencia infinita. Es excepcional. Te deja hacer hasta que recoge todas tus propuestas y las pone en su sitio. Es el ideal de un director y yo le debo este personaje maravilloso y loco”, explica Lola Moltó.
La compañía lleva en Valencia desde antes de navidades y todos los días han llenado el teatro de espectadores deseosos de ver a este elenco completamente valenciano del que también forma parte Marta Chiner: “Para mí Santi ha sido un descubrimiento. Yo llegué por una sustitución en octubre y todo ha sido muy fácil. Es un director muy respetuoso con lo que encuentra”.
Nos despedimos de las chicas y las dejamos que acaben de cenar. Volvemos al escenario para hacer algunas fotos. Inesperadamente salen los chicos de la función: 'Els Carles' (Castillo y Montoliu) y Rafa Alarcón (Alfred Picó ha ido a pasear por la Plaza de la Virgen). Castillo empieza a hablarnos en italiano y traduce todo lo que Montoliu nos explica. Son incapaces de salirse del personaje, de dejar de bromear, de dejar de reír. “Nosotros lo conocemos tantos años... ¡25 años!. Es un director muy fácil porque te va dejando hacer y te dirige de una manera muy sutil. Parece que puedas hacer lo que quieras pero en verdad te va dando indicaciones detalladamente. Es una manera muy particular para que configures el personaje con el que estés más cómodo”, explica Montoliu. El otro Carles subraya lo mismo en el proceso de creación de los personajes: “La improvisación, por ejemplo, requiere de un entrenamiento y preparación muy importante. Nosotros tenemos mucha confianza con él y nos conocemos mucho. Le damos un trabajo hecho a partir de nuestra experiencia y él como director tiene la responsabilidad de reconducirlo. Él hace que cada personaje tenga su color, su energía y motivación”.
Pedimos a los actores que posen y lo hacen sin cansancio, con una sonrisa y un vigor más propio de las once de la mañana que de las nueve de la noche. Se les ve felices. Simplemente.
Esperamos a que el teatro vuelva a llenarse de nuevo. Queremos ver, oler y tocar esa magia que se instala y se adhiere a la moqueta de este templo de la cultura instantes previos a que la función comience. Nos gusta pensar que Santi está también en otro teatro en estos momentos: respirando el mismo aire pero un poco distinto. “Hay cosas en la vida que te llaman, que necesitas contar o reflexionar”, nos ha confesado al final de la charla, con la grabadora ya apagada. Nos ha dicho también que lo que más le gusta de Valencia es un atardecer en la Albufera. Coge la moto y en un rato está en el embarcadero con su amigo barquero al que no ve hace tiempo. Con él se pierde por esta laguna con alma de espejo y conversan hasta que cae la noche. Nos gusta pensar en el Santi adolescente también, el que con su moto recorría los campos de Paiporta y Picaña para ir al instituto. Era el mismo Santi que paraba la moto y se acercaba al llaurador que estaba regando. Le preguntaba a un desconocido humilde, de la tierra, sobre sus tribulaciones, sus dilemas personales. Conversaban. Escuchaba. Tal vez de ahí, de esos instantes precisos en la huerta -no de los libros, ni de los teóricos, ni de los intelectuales- brotaban en Santi todas esas historias que años después harían reír y llorar a personas en teatros y parajes de todo el mundo, de todos los colores, de todas las bocas y cabellos.