Oh! Mamiblue: Celebrar la diversidad familiar
©FURIOSOstudio, ©Paula G. Furió. Todos las imágenes y textos publicados en esta web están sujetos a los derechos de autor y no pueden ser utilizados sin autorización.
“Mi madre y mi abuela cocinan mucho. Somos manchegos y en La Mancha se come mucho. Cuando era pequeña me iba con mi hermana y mi abuelo al campo a coger olivas. Y cuando llegábamos a casa mi abuelo hacía 'gachamigas' y jugábamos a adivinar los alimentos que contenía cada plato. La 'gachamiga' -hecha de harina, ajo, tomate, aceite y agua- es uno de mis platos favoritos, lo comería todos los días. Es el plato que comían los pastores y la gente pobre. Mis abuelos son gente de campo muy humildes que se han encargado de cultivar tierras y cuidar casas de los señoritos. Mi abuela cocinaba y mi abuelo cuidaba el campo”, nos explica Verónica Lara, el nombre de la mujer que se esconde detrás del exitoso blog y cuenta de Instagram Oh! Mami Blue.
El hogar de Vero se parece mucho a un refugio. Es aquí donde esta mujer que ha conquistado a más de 80.000 seguidores en su cuenta de Instagram se relaja y recarga pilas. Su vida es frenética y ella caótica, pasional y sincera. Nos está cocinando una versión muy propia de un plato tradicional valenciano -arròs amb fessols i naps- mientras su mujer Jana y su hijo Álex juegan en el comedor y regañan a Kaki y Triki, los dos perros que completan esta familia numerosa.
Los miles de seguidores que acompañan a esta hermosa familia a través de las redes sociales deben saber que en la casa de Vero y Jana casi puede tocarse el amor a través de los objetos que la decoran: fotografías de sus familiares, regalos que sus seguidores les envían con agradecimiento, la ropa del pequeño mezclada con sus primeros libros y juguetes, cuadros e ilustraciones que presiden una mesa llena de comida que Vero está preparando. Pero esa comida y ese hogar es el punto de llegada de nuestro encuentro. Antes, muy temprano, hemos quedado para tomar un brunch en El Observatorio, el local de reciente apertura de su barrio que les ha robado el corazón (y los estómagos). Después daremos un paseo por Patraix, el barrio valenciano en el que han decidido echar raíces.
A este encuentro llega Vero acompañada de su mujer, su hijo y un tío muy querido. Les gusta pasar tiempo en familia y eso se percibe en las bromas y las caricias. Vero llegó a Valencia hace ocho años desde Santiago de la Ribera (Murcia). En Valencia se impartía un máster que Jana quería cursar y no se lo pensaron. Además, en la capital del Turia vivía la hermana de Vero y sus mejores amigos: “Tuve mala suerte porque nada más llegar aquí se fueron a Roma y a Bristol”, cuenta entre risas. Sin embargo, ellas se adaptaron rápidamente a esta ciudad, muy concretamente al barrio de Torrefiel, donde encontraron su primer hogar: “La elección de la casa fue porque nos gustó antes de venir. Vimos la casa en Internet y la reservamos dos meses antes”.
Desde hace un tiempo, el barrio de Patraix se ha convertido en su zona de confort. Patraix es uno de los barrios menos conocidos de la ciudad. Al lado del barrio de El Carmen o de Russafa, este distrito destaca por su vida familiar, casi de pueblo o municipio. Cuenta Ferran Esquilache, Doctor en Historia Medieval por la Universitat de València en el Blog d'Harca, que “el origen latino de este topónimo indicaría que podría haber algún tipo de antecedente romano en la zona, antes de la llegada de los musulmanes en 711”. Más tarde Patraix se convirtió en una alquería andalusí que, con el nombre de Petraher, aparece en el Llibre del Repartiment, el registro datado en el siglo XII en el que la corte del rey Jaime I de Aragón iba apuntando las promesas de donación cuando la conquista de Valencia terminara. Habría que esperar hasta el año 1870 para que Patraix se anexionara definitivamente a la ciudad de Valencia.
En la plaza peatonal de Patraix los vecinos comparten almuerzos y meriendas; los niños juegan a la pelota y las personas mayores se sientan en los bancos a mantener todo tipo de conversaciones mientras dejan que los rayos de sol les acaricien. Las paredes están llenas de arte urbano, unos grafittis que dotan al barrio de una singularidad especial: lo tradicional y lo urbano se unen en estas callejuelas que podrían ser las de cualquier pueblo valenciano, con sus casas bajas y vecinos que se dan los buenos días.
Vero nos cuenta que le gusta ir a comprar al mercado de Jesús. Justo enfrente se encuentra la plaza del mismo nombre y detrás se ubica la Junta Municipal de Patraix y el Archivo General y Fotográfico de la Diputación de Valencia. Entre los lugares que la familia visita con asiduidad está Biokids and Family, uno de sus favoritos por su labor de educar valores como la sostenibilidad, la nutrición o una vida más cercana a la naturaleza. También la Alquería de Mara es otro de los lugares predilectos de Vero: una antigua alquería convertida en coworking donde es posible realizar todo tipo de talleres.
Esos dos mundos, el de la cocina y el de la familia son los que más preocupan y ocupan a Vero: “El mundo de la cocina y yo siempre hemos estado muy unidos. Siempre se me ha dado mal las matemáticas y nunca he destacado en ninguna asignatura especialmente, pero recuerdo que siempre me ha gustado la cocina. De hecho, en los cuadernillos de las vacaciones de verano, cuando había problemas que se planteaban a través de una receta, yo pasaba del problema y me ponía a hacer la receta”. Después, mientras estudió Educación Social y Audiovisuales, siguió trabajando en hostelería, eventos o haciendo cargas por encargo.
-¿Qué encuentras en la cocina que te hace sentir de una manera tan especial?
-Yo pienso mucho en la peli Como agua para chocolate. Creo que el modo en el que te sientes se transmite. En la comida se puede percibir tu estado de ánimo. Para mí la cocina es un medio de expresión, no sólo una profesión o una pasión. Me expreso a través de cada plato que hago. Si me siento mal, hago un caldo para curarme. Si estoy en una fiesta, hago una tarta y le pongo mi cariño porque voy a celebrar algo. La comida es emoción y ahora es época de cocina de mucho postureo.
-¿No te gusta ese tipo de comida de diseño
-Yo disfruto si voy a un restaurante con estrella Michelin pero no me gustaría dedicarme a ello de manera profesional, no sirvo para ese tipo de cocina porque he de seguir todo el rato instrucciones y yo no puedo estar todo el tiempo pesando los alimentos, por ejemplo, me gusta jugar a las maracas con las especias. Lo admiro muchísimo pero no es algo para mí.
Vero estuvo mucho tiempo como cocinera en un restaurante vegetariano. Le gustaba la adrenalina que cada servicio le proporcionaba. Llegó a hacerse adicta a esa sensación. Sus palabras nos recuerdan mucho a una cita de Arnold Wesker, un dramaturgo que escribió La cocina, una obra teatral dirigida por Sergio Peris-Mencheta que el año pasado arrasó en el Centro Dramático Nacional de Madrid: “El mundo pudo haber sido un escenario para Shakespeare; para mí es una cocina: donde los hombres van y vienen y no pueden quedarse el tiempo suficiente para comprenderse, y donde las amistades, amores y enemistades se olvidan tan pronto como se realizan”. En ese mundo, sin embargo, hay algo que Vero rehuye cocinar:
-A mí me gusta comer de todo pero también me encantan los animales. Durante mucho tiempo he sido vegetariana y no me gusta cocinarlos, no lo disfruto. Mi forma de cocinar yo la defino como cocinar por colores. Pienso en la presentación final y calculo qué colores debe tener y qué alimentos he de meter en el plato. Para mí es importante que lo comida sea bonita. Me gusta comer de cuchara pero al final de los viajes aprendes mucho. Hubo una época que estuve muy enganchada al picante y un día hice unas lentejas radioactivas. Jana todavía se acuerda...
La risa de Vero es contagiosa. El vino dulce que nos ha servido mientras cocina, dota al ambiente de una calidez especial que se mezcla con los aromas del caldo de verduras que está cocinando. “Si mi abuela hubiera salido más de Albacete, se habría echado a la cocina de fusión”, comenta entre unas risas que se funden con el llanto de su hijo, ávido por acercarse al pecho de su madre y tener su ratito de lactancia.
-¿Qué restaurantes o chefs te inspiran?
-Me gusta mucho Ángel León, el Chef del Mar. Me inspira mucho por cómo trata la materia prima del mar. Por ejemplo, el plancton, que antes ni se pensaba que se pudiera comer. En este sentido, creo que la acuicultura es el futuro. Pero también me encanta Karlos Arguiñano porque su cocina es sencilla, humilde; trabaja alimentos de todos los días y siempre ha mirado que el precio y que los ingredientes sean normales.
-Y en cuanto a países, ¿qué tipo de cocina te atrae más?
-Me encanta Asia y su cocina. Yo me he formado en cocina japonesa y el protocolo y la disciplina me ha ayudado mucho porque soy muy salvaje. Me centra.
Vero nos cuenta que su nivel de exigencia es siempre máximo, que emplea el mismo cariño y amor en una cocina profesional que en la de su casa. “Es que no puedo hacerlo de otra manera”, asegura. Este plato que ahora cocina lo aprendió de un compañero de trabajo oriundo de San Francisco que a los cinco años fue enviado por sus padres a una tribu en la India. Quizás sea cierto lo que dice Wesker: la cocina es el escenario perfecto para forjar amores y amistades.
Su otro gran motor vital es su familia. La que forma con Jana, Álex, Kaki y Triki. Un tipo de familia que algunos se empeñan en desvirtuar con argumentos retrógrados y anticuados. Desde su cuenta de Instagram y ante 80.000 personas que cada día le siguen, Vero visibiliza a un colectivo tan numeroso que se ha convertido en comunidad: “En mi cuenta intento ayudar a todas las causas posibles aunque yo tenga la mía propia: visibilizar a un colectivo y servir de modelo de ayuda a las personas que lo necesiten”. Vero habla de otras familias homosexuales, esencialmente parejas de mujeres que han visto en ellas y en el método ROPA el modo más adecuado de convertirse en madres.
-El método ROPA, también conocido como doble maternidad, propone la recepción de óvulos de la pareja por parte de una de las madres que es quien da a luz. De esta manera las dos madres son biológicas.
-¿Cómo ha sido todo el proceso hasta tener a Álex?
-Pues ha sido complicado. Yo estoy trabajando y ayudando a los demás porque cuando nosotras empezamos no teníamos a nadie en quien mirarnos. Me siento madrina de muchas familias. Recibo fotos de esos bebés.... Mira, se me pone la piel de gallina.
Vero no puede aguantar la emoción y es entonces cuando nos damos cuenta que su llanto es casi más verdadero que su sonrisa.
-Es que me emociona muchísimo, de verdad. Es importante compartir miedos y experiencias. En Instagram se ve todo muy bonito, pero a veces hay una parte muy dura. Por ejemplo, pensar qué es lo que tu hijo se va a preguntar más adelante cuando crezca. Necesitará respuestas que debemos ir construyendo ahora y compartirlas con la comunidad de personas que estemos en la misma situación, pero también con los demás
-¿Y qué haces cuando te encuentras con comentarios desagradables?
-Bueno, es que hay gente a la que no vas a convencer nunca. Gente que por mucho que estés diciendo algo bueno de esta causa o de cualquier otra, no sabes cómo va a responder.
-¿Es gente que te juzga, por ejemplo, por publicar fotos de tu hijo, no?
-Sí, claro. Yo he cambiado un poco mi dinámica en redes sociales. Antes ponía muchas cosas de Álex, pero ahora me da reparo. Hablo de la maternidad pero no de él concretamente porque quiero respetar su intimidad. Aunque él forma parte de mi vida y alguna vez lo puedo sacar, claro. Pero he de frenarme. Si por mí fuera, todas las fotos serían de él porque para mí no hay nada que haya hecho mejor en mi vida que él, pero quiero respetarle.
España es, sin duda, uno de los países en los que el colectivo LGTBIQ posee más derechos y vive su diversidad sexual con altas cotas de libertad. Eso no significa que no haya asuntos en los que mejorar: “En Valencia estamos muy avanzados y muy bien, pero ya te iré diciendo cómo lo vamos viviendo conforme mi hijo crezca y se vaya enfrentando a cosas. En Valencia está el Col·lectiu Lambda que son muy activistas y se mueven mucho. Creo que esta es una ciudad muy tranquila y concienciada amb este asunto. Es que a veces nos olvidamos pero mientras nosotros luchamos por estos derechos aquí, en Chechenia, por ejemplo, hay campos de exterminios para los gays”.
El vino va disminuyendo en nuestras copas al mismo ritmo con el que comienzan a rugir nuestras tripas. Vero nos da a probar el caldo. Damos nuestra aprobación absoluta. Vamos poniendo la mesa mientras Álex se queda dormido en el sofá. Sus madres aprovechan para fotografiarle. Todos lo hacemos. Es impresionante comprobar de cerca cómo se contagia la tranquilidad de un niño tan hermoso descansando, tranquilo, protegido de las inevitables fieras que la vida nos depara, sea cual sea el género o sexo de nuestros padres.
Vero coloca la cazuela en el centro de la mesa. Intuimos que esto también lo aprendió de su madre y de sus abuelos. Hay algo muy íntimo y muy verdadero en el hecho de comer todos de un mismo lugar. El arroz está delicioso. Discutimos si el arroz meloso se parece poco o mucho al risotto italiano. No llegamos a un acuerdo pero repetimos todos. Algunos hasta tres veces. Reímos sin parar pero con la voz bajita. Álex debe seguir durmiendo. Hasta Kaki y Triki respetan el sueño de su mejor compañero de juegos. Vero nos cuenta que la palabra 'desficiosa' debió inventarse para ella (“Ese es mi estado natural”, comenta entre risas leves). Jana rememora algunos de sus primeros momentos como pareja hace más de una década y su tío le dice lo mucho que le recuerda a su padre con su carácter guasón. Vero saca una tarta de queso como fin de esta celebración. Nos la comemos en silencio, como se comen todas las cosas buenas.