Nos vamos a la ruta del bacalao (otra vez)
©FURIOSOstudio, ©Paula G. Furió. Todos las imágenes y textos publicados en esta web están sujetos a los derechos de autor y no pueden ser utilizados sin autorización. Imágenes de archivo de Eugenio Viñas.
Nuestros codos chocan en cada curva. Las rodillas se clavan en los asientos delanteros. Los abrigos ocupan demasiado sitio y dificultan la vista del conductor. La carretera de Les Palmeres-Sueca está prácticamente vacía. Saco el móvil y enciendo la grabadora. Hablan todos a la vez. Se percibe una emoción nueva que nace por transitar algo que sucedió hace 35 años. Somos tres hombres y dos mujeres dentro de un coche blanco de cinco puertas y con motor potente. Hemos quedado en la estación del Norte de Valencia. Hay un puesto de churros y buñuelos muy cerca; el olor es tan intenso que ha logrado meterse en el coche y no podemos deshacernos de él. Alfonso conduce. Eugenio es el copiloto. Detrás vamos Joan, Paula y yo. Noto la algarabía. Nadie dijo que hacer una entrevista en un coche mientras reconstruimos la famosa Ruta del Bacalao fuera sencillo: frenazos, acelerones, rotondas complicadas... Imagino la adrenalina de los ruteros por estas angostas carreteras durante los años 80. Intento simular la vibración que sus tímpanos debían experimentar cada fin de semana. Me pregunto en estas cuatro horas de ruta-entrevista-conversación cómo podría hacer de un coche mi hogar durante los fines de semana. Intuyo -justo antes de que el motor arranque de nuevo- que la Ruta del Bacalao debió estar llena de personas desficiosas.
“Un sábado a estas horas quizás estaría abierto Spook Factory. Hasta la hora de comer más o menos”, nos explica a las diez de la mañana Joan M. Oleaque, autor de En Èxtasi, uno de los libros de referencia de este fenómeno, reeditado por primera vez en castellano por Barlin Libros el pasado año. “La situación en aquella zona a esta hora sería más o menos esa. Spook abierto y también The Face, que ahora está derruida. Y luego había un sitio maravilloso, una bodega de salazones y variantes que abría cuando cerraba Spook pero que no recuerdo el nombre”. Joan habla con la experiencia de quien todo lo ha visto. Ahora es director del máster en Comunicación Social y Científica de la VIU en Valencia. Durante mucho tiempo, como periodista, se dedicó a explicar que lo que había ocurrido durante aquellos 15 años frenéticos no fue una marcianada. Su trabajo no era otro que poner el valor todo aquello que sí fue digno y estimable.
“Spook tenía el bar El Torero que ahora es Marrasquino”, explica Alfonso Latorre, diseñador del sonido de la serie documental València Destroy, la historia no contada de la Ruta del Bacalao en Podium Podcast. “El Torero era un sitio donde la gente los sábados iba a comer y tenía columpios. Entonces estaban las abuelas con los niños tirándose por los toboganes y al lado gente que salía de Spook mascándole en la oreja”. Las primeras risas de la mañana estallan en el coche. Es esta una entrevista -una ruta, un reportaje, un encuentro- repleta de asombro. Todos los que vamos subidos en este coche nos preguntamos cómo fue posible todo aquello, cómo pudo Valencia acoger tal cantidad de fiesta y música y drogas cada fin de semana, cómo no se rentabilizó un fenómeno que en sus comienzos tuvo vanguardia y modernidad, cómo el estigma quedó marcado a fuego en esta ciudad.
“Vamos a hacer la siguiente ruta si os parece: Spook, Puzzle, Chocolate y Barraca. En Chocolate podemos entrar sin problema. Son ruinas. Es el reino de la decadencia”, comenta Eugenio Viñas, periodista y director de la serie documental València Destroy, la historia no contada de la ruta del bacalao, un podcast que acumula 250000 descargas y que ha contribuido -junto al libro de Oleaque- a que se vuelva a hablar de la ruta en un términos muy diferentes a los habituales. Eugenio es un treintañero que, a diferencia de Joan y Alfonso, no se paseó por la ruta. Sin embargo, ha leído, hablado, visto y soñado tantas cosas alrededor de ella que parece conocer cada detalle, cada esquina de esta carretera, cada rincón de estos templos musicales hacia los que nos encaminamos. “Barraca lleva abriendo varias semanas seguidas y eso no es muy normal”, comenta Viñas. “Eso es por nosotros” le responde entre risas Oleaque.
M.JESUS: ¿Por qué creéis que se sigue llenando Barraca en el año 2017 ó 2018?
JOAN: La gente, creo yo, va para consumir el mito de "yo me la he pegado en Barraca". Eventualmente hacen unas fiestas que son muy exitosas y a las que llaman 'La Matamos'. Así es como se llamaba el ritual de romper el disco cuando salía en la radio. Carles Simó -que era el DJ en aquella época- lo rompía diciendo: 'esta canción la matamos'. Ellos no querían ser mainstream.
M.JESUS: ¿Y cómo valoráis el modo en el que se está recibiendo esta revisión de la ruta ahora que han pasado 35 desde su inicio?
EUGENIO: Yo creo que hay dos tendencias: una que pretende aislar lo que sucedió hasta el colapso y no lo llama 'bacalao' y otra tendencia que dice: vamos a joder la marca 'bacalao' y la vamos a contaminar de lo bueno que también sucedió. Yo soy de esta segunda tendencia, porque 'bacalao' fue todo y tuvo un final de mierda.
JOAN: Hay una tercera tendencia que está en contra de esa reivindicación de la parte buena porque, en verdad, nunca fue para tanto. Eso es lo que piensan ellos.
M.JESUS: ¿Como si se hubiera mitificado en exceso?
JOAN: Sí pero bueno, se han mitificado tantas gilipolleces que no está mal que esto también se mitifique.
M.JESUS: Entonces, ¿por qué tanta polémica con el nombre de 'bacalao'?
JOAN: Mira, cuando en Londres empezó todo el rollo de los New Romantics no se llamaba de ninguna manera, pero alguien un día lo llamó así y ya está. Al principio, en una revista llamada The Face se le llamó simplemente “el culto sin nombre” porque encajaba, por ejemplo, con la estética y la ropa de Viviane Westwood. Aquí, a nivel de agroturismo pasó un poco lo mismo. Mucho menos glamouroso, eso sí, porque el nombre aquí fue accidental y poco meditado. Pero el estilo de música que se pinchaba nadie tenia la menor idea de cómo llamarla porque no era su preocupación. Solo querían pasarlo bien. Lo que sucede es que como todo el mundo opina tienes que escuchar de todo. Hay que asumir que va a ser así y no pasa nada. Pero hay opiniones que están argumentadas, es decir, la mitificacion de la ruta no está basada en mentiras o evocaciones sino que se ha apartado durante muchos años la parte positiva y solo ha quedado la decadente. Lo lógico es que ahora se invoque eso pero en aras, incluso diría yo, del periodismo.
Alfonso habla poco porque conduce. Y se lo agradecemos. Asiente y frunce el ceño si algo no le convence. Lo sé porque le miro por el retrovisor. También sé que hemos llegado a Spook porque he visto ese brillo del recuerdo, de la nostalgia y la melancolía de tiempos pasados en sus ojos cuando ha visto el cartel, ese enorme murciélago que se convirtió en un símbolo.
ALFONSO: Mira, el parking está abierto, ¿paramos aquí?
EUGENIO: Sí, sí, este es el mejor sitio, entre el Autocine Star, la Sala Canal y Spook. En el cogollito de la cultura, vamos.
Spook fue una de las discotecas más importantes de la Ruta del Bacalao. El parking será un lugar mítico dentro de todo el ecosistema de discotecas. Impresiona el vacío que ahora lo ocupa todo. Dan ganas de gritar y comprobar cómo Spook nos recibe. Impresiona imaginar cómo serían aquellas veladas inolvidables de las que todos hablan con la misma fascinación con la mirarían a un centauro, a un unicornio.
Oleaque y Viñas nos cuentan que una de las cosas más importantes de Spook era la ‘Barra de Montesinos’ donde el diseñador invitaba a sus amigos. Era una zona más tranquila y servía para hacer relaciones. Alfonso me indica algunos rincones concretos que él recorrió con sus amigos: “A partir de 1989 yo ya no pisé Spook. Empecé la carrera y dejé esto porque si seguía viniendo no estudiaba. Y dije: me aparto o no haré nada”. Y se apartó. Alfonso es uno de esos jóvenes que vivió la ruta con frenesí y acción. Este movimiento de clubbing permitió a multitud de hombres y mujeres ser personas distintas a las que eran entre semana. Les liberó.
M.JESUS ¿Por qué es importante Spook?
JOAN: Porque acerca la movida a la ciudad. Spook tiene dos épocas: esa primera que te digo de la proximidad y luego la que estandariza el tipo de música. Antes, lo que se pinchaba en Chocolate o Barraca era muy personal; depende de quién estuviera y siempre ligado a guitarras y música pop. En Spook comienzan a hacer algo diferente. El DJ Fran Lenaers establece una música electrónica combinándola con otras cosas y lo acerca a la gente. Había personas que no se atrevían a llegar hasta allá y aquí sí se atreven a quedarse.
EUGENIO: Es la ‘teoría de la Vespino’. Con una Vespino no podías llegar a Barraca…
JOAN: Se podía, se podía…
EUGENIO: Bueno, había diez locos que podían…
JOAN: Pero no debías.
EUGENIO: Exacto, aquí se podía llegar con mucha facilidad, en diez minutos.
ALFONSO: Aquí además no tenías los problemas de los puentes de las golas que era donde había más accidentes. Porque el segundo y el tercero eran eses muy cerradas y había accidentes todos los fines de semana
JOAN: Sí, había controles por la mañana y una cosa impactante que era salir y ver a los ciclistas. Ahí te daba la sensación de que eras una piltrafa humana comparada con esos deportistas tan sanos...
JOAN: Sí, Spook escapaba un poco a esos controles.
Los tres afirman que hubo un asunto que nunca se valoró lo suficiente y que tenía que ver con la eclosión de un equipo de relaciones públicas muy agresivo que llenaba por sí solo esta discoteca. El DJ y la música hacían el resto. También fueron esenciales los nombres de los diseñadores Francis Montesinos y Valentín Herráez. De este último es el diseño del famoso murciélago del logo.
Cuatro son, por tanto, los motivos por los que Spook fue determinante: su cercanía con la ciudad, la música de Lenaers, el equipo de relaciones públicas y un horario que terminaba a las 12 de la mañana del día siguiente. Hay un quinto que me gustaría plantearles mientras estamos los cinco de pie en mitad del parking, hablándole a un teléfono móvil:
M.JESUS: ¿Puede ser que parte del éxito de Spook fueran sus camareras?
JOAN: En aquel momento al frente había hombres, eso es verdad. Pero dentro de las discotecas, las mujeres son algo más que camareras.
EUGENIO: Es que antes, a finales de los 70 o principios de los 80, a las camareras de la discoteca se les trataba como a prostitutas.
JOAN: Se impulsa mucho el que sean muy espectaculares pero no solo físicamente sino en lo que trasmitan: ropa exagerada y que generen respeto. Mujeres con muchas inquietudes musicales, artísticas y de vanguardia. En la puerta destacaba, por ejemplo, Pili -la mujer de Carlos Simó en Barraca- o la mujer de Toni ‘El Gitano’, muy guapa y especial.
EUGENIO: Más que guapa era importante ser extravagante, ser ‘marcona’. Con mucha actitud, magnetismo y halo.
M.JESUS ¿Y había libertad para ellas o era un ambiente opresivo?
JOAN: Había mucha libertad para las que iban. La gente intentaba ligar y ligaba. Y pasaba todo lo que podía pasar. Lo que sucede es que ellas tenían un espacio de seguridad y marcaban la situación. En Spook había muchas chicas pero luego se masculinizó mucho, conforme se radicalizó y el sonido se hizo más agresivo.
EUGENIO: Bueno, es que los movimientos máquina y neomáquina son machistas y españolistas.
Esa es la última cuestión que abordamos antes de subir al coche y seguir la ruta. Joan intenta romper una “medio lanza” porque en Valencia nunca llegó a producirse una radicalización con la intensidad con la que sí sucedió en Cataluña. “Ideológicamente esto -la ruta- se crea con gente muy progresista pero no tiene voluntad ideológica. Se escoge el ocio como manera de hacer avanzar la sociedad pero no tiene ideología. Conforme se abre y es la fiesta por la fiesta, ahí no hay progresismo ni ideología ni hay nada. Solo fiesta.”, explica Viñas.
Los ánimos en el coche se perciben distintos. El veneno de la ruta ya está dentro de nosotros. Nuestra próxima parada es Puzzle, una discoteca que colinda con la Albufera, el campo, la huerta y una acequia que la adorna como un collar pero que desprende un olor tan fétido que espanta. ¿Lo notarían los ruteros y la ruteras? Oleaque nos dice que aquí, por ejemplo, venían más mujeres que hombres y la razón era sencilla: la música era más suave y menos dura que en otras discotecas. “Puzzle tuvo una importancia enorme pero se habla poco de ella con respecto a las demás. Sin embargo, en la época de finales de 80 y principios de los 90 era la discoteca más importante de Valencia”, afirma el autor de En Èxtasi. Este after podría abrir hasta las 17h del día siguiente. Eso sí, era un after que pinchaba canciones que la gente reconocía: R.E.M, Roy Orbison, Afrika Bambaataa o la mítica Love is in the air para acabar las sesiones. Carlos Simó que entró como empresario tuvo mucho que ver con el éxito comercial de este club. “Me acuerdo un día que éramos cinco mil personas fuera y ya iban a cerrar y dijimos que no, que pagábamos lo que hiciera falta a la plantilla pero que allí nadie cerraba. No nos hicieron caso, claro.”, comenta Oleaque.
Esa ‘anomia’ que, por cierto, da título al episodio 6 del podcast de Eugenio Viñas, constataba que no había casi reglas al principio y que las que hubo después fueron laxas. Lo importante era no molestar al vecino.
M.JESUS: ¿Es cierto que hubo ‘turismo de paella’?
JOAN: Bueno, la gente no venía a comer, venía a bailar.
ALFONSO: Los cuerpos para comer no estaban mucho, la verdad…
Empezamos a reírnos con fuerza mientras un coche nos pita. Nos ha gritado algo de ‘Puzzle’ y ‘Bacalao’ pero no sabemos bien qué ha dicho. Nosotros hemos levantado el brazo en señal de hermanamiento y poco más.
JOAN: Al principio venía gente de Europa, cuando era un asunto moderno. Había mucho turismo viajero que conectaba muy bien Ibiza con Valencia. Mucha gente del mundo del disco también venía, pero cuando se hace un fenómeno más comercial, ya no pintaban nada. Venía gente de las provincias limítrofes que tenían un peso importante: Albacete, Cuenca, Murcia, así como muchísimas personas de Barcelona y Madrid. Pero este público nacional va a las discos que no eran las prioritarias. Para la gente de fuera ACTV o NOD era lo que más les atraía.
EUGENIO: Ahí se juntaban horarios locos, parking y playa. ACTV, por ejemplo, estaba en la Malvarrosa. Tenían playa y podían aparcar encima de la arena. Entre lo exótico y caótico de ACTV es que estaba enfrente de una caseta de la Guardia Civil.
ALFONSO: Y una clínica al lado.
PAULA: Todo lo que se podía necesitar, ¿no?
EUGENIO: Eso, seguridad, salud y playa.
Las risas vuelven a esta charla y me doy cuenta de que ahora mismo, si esos locales estuvieran abiertos, me iría de marcha con Joan, Alfonso, Eugenio y Paula sin pensármelo. El tiempo que aguantáramos. Eso sí, tendríamos que tirar de cartera porque las entradas no eran baratas.
JOAN: Spook costaba 1.500 ó 2.000 pelas, unos 35-40 euros de ahora.
EUGENIO: Bueno, la gente de nivel no pagaba. La gran masa sí.
M.JESUS: ¿Y salían a menudo al parking?
JOAN: Llega un momento en que el asunto del parking es tan bestia que te ponen un sello para salir. Pero eran muy respetuosos con eso. El parking, pensaban ellos, era suyo pero lo que hacía la gente no era de su incumbencia y no prohibían nada.
EUGENIO: Ellos entendían que si fuera había buen rollo eso se trasladaría dentro, pero no intervenían.
Una mosca nos fastidia. Pulula por nuestras orejas con ese zumbido que bien podría asemejarse al de un altavoz de Puzzle en plena ebullición. Los insectos de la acequia y esa xafogor propia del paisaje valenciano son también elementos indispensables de esta historia.
***
Llegamos a un lugar que resulta complicado de describir solo con palabras. Menos mal que pueden observar detalladamente las fotos de Paula. De hecho, háganlo ahora mismo. Les dejo unos minutos.
¿Ya?
Bien, las ruinas de Chocolate –según Oleaque, la discoteca más importante de la Ruta del Bacalao- se alzan con cierta dignidad en medio de un paraje desértico. La estructura de este edificio con forma de tarta de chocolate –al que engalanaban unos chorretones de nata en su tiempo, según cuenta Alfonso- sigue intacta. El destrozo y la aniquilación están en el interior. Es imposible dar un paso sin escuchar trozos de vidrio estallando bajo la suela de los zapatos. La frondosidad de los árboles y de los matojos se cuela por las estancias. Las raíces de los árboles han levantado la tierra y es frecuente escuchar los chillidos de unas ratas que no queremos ver.
JOAN: El color más brutal estaba aquí. Es la discoteca que se expande más, donde hay una voluntad de llegar a las comarcas, de que cada garito de pueblo moderno esté conectado con Chocolate; el que juega con los preceptos estéticos más rupturistas, donde trabaja Paco Roca como diseñador. Su lema será la transgresión.
M.JESUS: ¿Y qué música se pinchaba aquí?
JOAN: A nivel de música era Toni Vidal en un principio el que llevaba el club. Ponía música de corte siniestro pero sin renunciar a lo que había de prototecno, protohouse, electrónica o música new wave. Cuando llega José Conca pule eso y le da un sonido guitarrero, música de garaje americana, lo mezcla con Nick Cave. Hablamos de sesiones de música de doce horas.
ALFONSO: Yo venía a Chocolate porque venían mis amigos pero a mí me gustaba más Barraca. Me gustaba estar en la terraza o en esa zona elevada que ves allí. Fíjate los muros que altos son y siempre había gente intentando saltarlos. Tú podías estar tranquilamente tomándote la copa y aparecía uno intentando saltar el muro y pegándose una buena castaña. Los seguratas tenían trabajo…
M.JESÚS: ¿Cómo era, por cierto, ese mundo de la seguridad?
ALFONSO: Yo recuerdo que en Spook había al menos un segurata muy agresivo. Un tipo, una vez, se puso muy pesado y el segurata le dio dos hostias.
JOAN: No menos que lo que pasa hoy, creo yo. Al principio había más tacto pero en cuanto se masifica en los 90, sí es verdad que Spook tira del tipo de segurata que tienes en la cabeza.
ALFONSO: Sí, tenía fama de puerta jodida
Aprovecho un momento en el que Paula está fotografiando a Alfonso, Eugenio y Joan para indagar en las pintadas que decoran todas estas paredes azuladas. Los mensajes son muy distintos, los años y el lugar de procedencia también pero todos coinciden en algo: aquí pasaron algunos de los mejores momentos de su vida. ¿Por qué?
EUGENIO: Yo creo que tiene que ver mucho con la llegada de Vicente Pizcueta en el año 1985. Era un experto en ocio, filósofo, un outsider. Y entonces aquí se juntan dos mundos: el joven y culto de Vicente con otro más oscuro que se queda de la época de Vidal. Pero en el fondo es gente que tiene cosas en común. La discoteca además se veía como un lugar de desbordamiento personal; aquí podías ser más interesante que entre semana. Por otro lado, la discoteca cumple una función que es como Facebook pero mejor. En la discoteca aprendes música, conoces a tu pareja, estás con tus amigos y haces amistades muy fuertes y gente a la que solo ves una vez a la semana se convierte en amigos para siempre. Como la mili, pero amigos de la fiesta.
En ningún sitio como en Chocolate puede uno apreciar mejor la raíz de este movimiento rural, democrático, rebelde, participativo e insólito. Veo a Oleaque asomado a un pequeño balcón que da a la huerta y recuerdo esa imagen que explicaba Javier Mariscal en la serie de Eugenio Viñas: “Recuerdo coger los coches y escaparme a esas discotecas tan chulas y ese punto de ver los campos de arroz que estaban secos o llenos de agua y ese trozo de las cañas y los huertos que llegaban a la playa de Pinedo. Impresionante. Eso siempre me ha fascinado”. Le pregunto a Joan si este balcón era su sitio favorito y me dice que sí, que ahí salía de vez en cuando y se quedaba mirando la huerta y oliendo eso que se huele en Valencia a esas horas de la madrugada y respiraba hondo y tenía el estómago lleno y los oídos calientes y volvía dentro y se abrazaba a sus amigos y todo era un poco más hermoso. Todo esto, en realidad, no me lo ha dicho pero imagino -quiero imaginar- que era así.
La ruta llega a su final y antes de celebrarlo con un esmorzaret en el Bar Xulla pasamos por delante de Barraca. Vemos un pequeño altar delante de la discoteca dedicado a una joven que falleció muchos años después de la ruta. Esa imagen me hace recordar algo que Paco Roca cuenta en València Destroy: “En Barraca, un día llegó una chica en plena sesión con la urna de las cenizas de su novio que se había matado en un accidente de tráfico; su última voluntad era que esparciesen sus cenizas por Barraca”. Así de intensa, de mítica era la relación de los ruteros con esos lugares.
Eugenio nos recomienda que antes de almorzar visitemos Villa Adelina que está justo al lado de Barraca. Este chalet se convirtió en discoteca y se hizo famosa porque abrían hasta el lunes por la mañana, incluso podían alargarse hasta el martes de madrugada. También era peculiar porque allí acudían todos los trabajadores que durante el fin de semana trabajaban en la propia ruta. Les pregunto si conocen algún caso de un rutero que comenzara el jueves por la noche y aguantara hasta el martes de madrugada. Se miran, sonríen y me dicen: “Vivo no”.
***
Estamos exhaustos y con mucha hambre. Pedimos cervezas, olivas y bocadillos de tortilla de queso y blanc i negre. Llevamos casi cuatro horas y hay dos asuntos de los que todavía no hemos hablado. Seguramente los echarán de menos porque son los dos grandes tópicos de la ruta: las drogas y Chimo Bayo.
Empecemos por el último. Bayo proponía con su peculiar modo de expresarse la desconexión completa, el derecho a la fiesta y esa era la base del sistema capitalista y consumista del momento. Bayo ejemplificó como pocos el estallido que sufrimos en los 80: eclosión de las tribus urbanas, postcapitalimo, conversión en europeos, posibilidad de reunirse sin reprimendas. Todo al mismo tiempo. ¿Cuándo explota todo? Cuando la gente comprende que es verdaderamente libre. ¿Y quién, entre otros, conseguía con sus temas comunicar esa idea de libertad? Chimo Bayo.
Vayamos entonces a las drogas: entre la mescalina afable del inicio y el éxtasis destructor del final hay otros mundos. Pero, ¿de dónde sale la fascinación por esa droga que desapareció tan pronto?
EUGENIO: Juan Carlos Usó dice en la serie que la mescalina, a nivel de composición, es MDMA con cafeína en una mezcla muy acertada y seguramente es de baja intensidad. Era muy 'buen rollera', no tan agresiva.
ALFONSO: Es que en aquella época tomábamos centramina para los exámenes.
EUGENIO: Sí, en la serie, hay un momento que alguien dice que en vez de tomarse una para estudiar, se tomaban tres para salir. Y alcohol antes, durante y después. Porque nunca se menciona el alcohol pero es la droga omnipresente.
JOAN: Estaba de moda beberse la mescalina diluida en champagne.
M.JESUS: ¿Y qué pasó con esa droga y su autor?
JOAN: Bueno, se dijo que las mafias de la droga intentaron captarlo. La verdad nunca se sabrá.
EUGENIO: Sí que es verdad que en Valencia no tenemos tendencia a la heroína. En Madrid, lugar de paso y de cierta soledad o en el País Vasco, por el clima, se buscaba una droga más de reclusión. Y la mescalina, claro, era más fallera, más de hermanarnos. Una droga de germanor.
En un estado y una época en la que colocarse era síntoma de modernidad... ¿Cómo alguien iba a prever las consecuencias? Cuando llega el colapso en los años 90 la reacción del Estado no fue informar sobre este problema sino generar la política del miedo y del porrazo.
JOAN: La política de 'matad al perro y se acabó la rabia', aquí no ha funcionado. La gente sale menos por la crisis pero el índice de toxicidad es el mismo. En cualquier festival actual que vayas hay droga. No ha cambiado tanto.
M.JESUS: ¿Por qué los empresarios de la ruta no reaccionaron?
EUGENIO: El flujo de las cosas fue pasando más allá de ellos. Los empresarios no previeron nada y cuando lo hicieron era tardísimo y se quedaron en una guerra que no era la suya.
M.JESUS: ¿Qué guerra?
EUGENIO: Se ponen en contra de locales tipo Suso's o Lady's del centro de Valencia que tenían afinidad con el gobierno del momento y creen que son la competencia. Cuando no era así.
JOAN: No supieron verlo. Quizás era difícil, no lo sé.
EUGENIO: Lo más curioso para nuestra generación -los que tenemos 30 años- es que cuando eres consciente de que esto lo teníamos aquí antes de que lo tuviera Ibiza, que estábamos en el mismo país y que allí se ha generado una industria y aquí un desierto...
ALFONSO: Es que ellos nunca dejaron de creer que eran especiales y nosotros sí.
Nos quedamos callados. Bebemos lo que nos queda en los vasos. Supongo que todos hemos comprendido al mismo tiempo el motivo por el cual todo se desmoronó. Click. Algo se ha encendido. Habíamos anotado todas las causas -masificación, accidentes de tráfico, televisión basura, apertura de nuevos locales, falta de visión empresarial, política dura del Estado- pero se nos olvidaba la más importante, la que nos explica como colectividad, como pueblo: dejamos de creer que éramos especiales.