Manolo Bañó: El diseño tiene que expandirse
Branded Content para WDC València 2022
©FURIOSOstudio, ©Paula G. Furió. Todos las imágenes y textos publicados en esta web están sujetos a los derechos de autor y no pueden ser utilizados sin autorización.
-Paula, a las 15.40 nos podemos ver en la puerta del Consum que hay en la calle Jesús. Llevo un todo terreno negro pequeñito con baca y verás dos chicos guapos dentro :)
Me recogen Manolo Bañó, diseñador industrial, profesor y fundador de la Escuela de Diseño del CEU UCH y Free Design Bank junto a su hijo Manu Bañó, cofundador de EWE studio. Los dos comparten oficio, tienen la misma sonrisa acogedora y el mismo espíritu aventurero. Pienso en eso que dice tantas veces mi padre -mirant la barraca, com ha de ser el melonar- nuestro sustituto doméstico del palo y la astilla. En el reportaje de este mes para València Capital Mundial del Diseño 2022 hablamos con ellos, padre e hijo, sobre los nuevos horizontes y retos a los que se enfrenta el diseño: la sostenibilidad, la recuperación de la artesanía y el bienestar social.
Todo el que conoce a Manolo Bañó sabe que Manolo es mar. Es más: todo el que conoce a Manolo sabe que Manolo es Mediterráneo. Cuando le pregunté dónde le apetecía que hiciéramos esta entrevista, no me dio más opción: ‘a nosotros nos encanta la playa de Pinedo y vamos siempre al restaurante La Brisa’. Aprovechando que Manu, su hijo, ha venido desde México DF para pasar unos días, buscamos una tarde para vernos. Un cremaet, una mistela, agua y una puesta de sol que nos ofrece toda la gama de azules, naranjas y negros son el marco perfecto para esta entrevista en una fría tarde de invierno junto al mar. Con estas vistas empezamos por la experiencia de Manolo.
PAULA - Me gustaría que me contaras cómo surgió en 1999 la idea de Free Design Bank y cómo conseguisteis poner el proyecto en marcha.
MANOLO - La idea surgió de la inquietud por profundizar algo más en los valores sociales del diseño. Yo tenía un estudio de diseño convencional, trabajaba para Muñecas Famosa, Pinypon, Nenuco o Barriguitas, también para la marca Snipe, de calzado, que en su momento tuvo importancia. Tras 20 años como diseñador de producto, tuve la sensación de que el alcance del diseño se nos quedaba un poco corto, de que estaba todo muy enfocado a productos que, en realidad, cubrían unas necesidades un poco falsas. Se trataba de productos hechos para gente que no tenía necesidades reales. El diseño empezó a ofrecerme menos de lo que yo esperaba, así que busqué una salida. Llamé a la puerta de la ONG Oxfam, por entonces Intermón Oxfam, que trabajaba mucho con objetos de diseño que vendía en términos de comercio justo, y me ofrecí como voluntario para colaborar con ellos. Al parecer llegué en el momento adecuado, y enseguida me encargaron la parte de diseño de todos los productos que importaban: de la noche a la mañana me vi trabajando con pequeños y medianos talleres de artesanía de todo el mundo, tratando de mejorar sus procesos productivos, decidiendo sobre la manera de producir o el tipo de materiales que se usaban, los embalajes, etc. Todo el proceso de fabricación y puesta en el mercado de unos productos que yo ayudaba a mejorar con mis herramientas de diseño. De esa forma empecé en el mundo del diseño social.
PAULA - ¿Lo hacías desde aquí?
MANOLO - Sí, Intermón Oxfam tenía la sede en Barcelona pero, casualmente, el departamento de comercio estaba en Valencia, lo que facilitó mucho las cosas. Trabajábamos para productores de la India, de Filipinas, de África o Sudamérica. Fue entonces cuando aprendí a relacionar diseño con necesidad real, porque los artesanos con los que trabajábamos prácticamente necesitaban el diseño para sobrevivir. Aquí estamos acostumbrados a que el diseño nos dé otro tipo de satisfacciones, pero no a que se asocie directamente a la necesidad. En esta parte del mundo, lo que los diseñadores llamamos “necesidad” es, en realidad, una gilipollez. Como mucho, y en el mejor de los casos, podemos hablar de pequeñas mejoras en el uso de un objeto que probablemente sería prescindible, al menos en su última versión. Sin embargo, con estos otros grupos de artesanos es fácil darse cuenta de que el diseño aporta, en su caso, la posibilidad de sobrevivir, ya que constituye el único sueldo que pueden llevar a su casa. Realmente mejora la calidad de sus familias. Por otro lado, también me di cuenta de que se trataba del modelo que yo había estado buscando ya que, como diseñador, mi trabajo no era tanto el de producir objetos, sino el de crear un modelo de producción sostenible. Ese giro, lleno de matices, fue el que llenó esa especie de huecos que había en mi vida profesional. De esta forma pude enfocarme hacia el terreno del diseño social, y digo diseño social para entendernos, porque en realidad creo que deberíamos hablar simplemente de diseño de verdad.
PAULA - Supongo que todos los proyectos son en cierta manera especiales, pero ¿cuáles de ellos destacarías en todo este tiempo?
MANOLO - Hay dos proyectos que han funcionado muy bien y que aún lo siguen haciendo, uno en Sudamérica y otro en Kenia. Ahora mismo están un poco parados a causa de la pandemia, por supuesto, son momentos de crisis y estas siempre afectan más a las zonas remotas y a las relaciones precarias. El proyecto de Kenia lo lleva una ONG llamada Afrikable (www.afrikable.org), un proyecto muy grande con el que colaboramos desde el principio y que acoge a grupos de mujeres desfavorecidas de una zona remota y muy pobre de Kenia. Les dan un oficio, un cobijo físico y capacitaciones. Ese grupo de mujeres fabrica una serie de productos diseñados por nosotros, por Free Design Bank, que luego venden a través de la página web de Afrikable. Con ese dinero, que va íntegramente para ellas, se autofinancian las mujeres y se mantiene la ONG, que también se encarga de escolarizar a los hijos de estas mujeres y de alimentarlos diariamente. Con Afrikable llevamos unos diez u once años colaborando, desde que fundaron la ONG. Por otro lado, el de Sudamérica se llama Talleres del Gran Valle y es un macro proyecto con muchas ramificaciones, entre ellas la agricultura, la piscicultura o la producción de objetos de un material muy particular llamado luffa. Es el material de ciertas esponjas de baño, cilíndricas y muy porosas. Es el fruto de una calabaza, su interior, y crece en una zona de Ecuador donde trabaja esta comunidad. Con ese material hacemos objetos útiles que ellos venden y de los que sacan un dinero que les permite vivir dignamente. Con ellos llevamos unos veinte años trabajando a pesar de los altibajos, que son inevitables. Hay que tener en cuenta que se trata de zonas muy marginales y en las que los proyectos no siempre tienen la continuidad que nos gustaría. Se viven auténticos dramas personales. A pesar de todo, es uno de los proyectos a los que más cariño le tengo y con el que, sin duda, seguiremos trabajando.
PAULA - ¿El resto de proyectos han ido parándose?
MANOLO - Nosotros intentamos llevar a cabo un modelo de producción sostenible que se apoya mucho en el diseño. Lo que hacen nuestros grupos de artesanas es conseguir dinero a través de la venta de objetos que ellas fabrican y que en general se venden a gente occidental. Por tanto, esto lo hacemos como un modelo económico viable y sostenible que evita que la gente tenga que desplazarse o emigrar. Se trata de un modelo que, trabajado a gran escala, resolvería parte de los problemas de emigración de toda la gente que se marcha en busca de una vida mejor. Si esa gente encontrara una vida mejor en su casa, sin ninguna duda se quedaría allí. Por tanto, entendemos nuestro trabajo como un modelo. Una vez se cierra un ciclo con ese modelo y ha funcionado, cuando queda claro que el grupo genera ya sus propios ingresos, nos retiramos para seguir dando un apoyo menor. Llega un momento en que son ellos quienes han de empujar para que todo siga en marcha. En casos como el de Ecuador, por ejemplo, determinadas circunstancias como la pobreza o las condiciones políticas y sociales hacen que el proyecto no gire como debería girar y acabe parándose la rueda. Pero el conocimiento está ahí y todo se pondrá en marcha cuando la situación lo permita.
PAULA - ¿Ha sucedido alguna vez que, tras ver a ese grupo de artesanas, otros grupos o comunidades hayan seguido el ejemplo ya sin la intervención de Free Design Bank?
MANOLO - Más o menos. Lo que nosotros hacemos necesita de otros apoyos, requiere una infraestructura, una ONG que siga el día a día de las mujeres, etc. Nosotros, cuando podemos, facilitamos todas esas cosas, pero no las proveemos. Nos asociamos con otras ONG como podría ser el caso de la catalana Xarxa de Consum. Diría que nuestro ejemplo sí sirve de referencia para otras ONG que trabajan en la zona y contactan con nosotros, pero no me atrevería a decir que copian el modelo porque este no es solo nuestro.
PAULA - Sería genial que este modelo de trabajo se fuera generalizando, ¿no?
MANOLO - Sí, totalmente. Nosotros no solemos hacer mucha publicidad. Trabajamos más con el boca a boca, y eso hace que nos llamen otras ONG, o alguien que vio cómo funcionaba lo que desarrollamos en determinada zona y quiere montar algo parecido en su pueblo. En todo caso, hay que decir que el nuestro es un proyecto muy pequeño. Lo promueve el CEU y lo dirijo yo, pero normalmente se apoya en alumnos voluntarios y en diseñadores que colaboran. Tampoco podemos llamar a mucha gente porque se trata de trabajar en un espacio reducido en, pongamos como ejemplo, la selva de Ecuador. No necesitamos a mucha gente, sino a gente muy dedicada que sepa resolver los problemas allí. Es probable que un gran diseñador de aquí no sobreviva en la selva de Ecuador. También damos mucha prioridad a la experiencia de los alumnos. El proyecto no solo beneficia a la gente de allí, sino que busca un beneficio para los jóvenes diseñadores de aquí, para que vean que el mundo no se acaba en su burbuja. El diseño tiene que expandirse, no podemos convivir tantos diseñadores en un metro cuadrado para hacer lo mismo. En el fondo es lo que está pasando. Es muy bueno, tanto a nivel personal como profesional, que los alumnos vean otras realidades y desarrollen sus habilidades en otros contextos. Por tanto, el cincuenta por ciento del proyecto trata de mejorar la calidad de vida de, sobre todo, grupos de mujeres desfavorecidas de países del sur. El otro cincuenta promueve que los nuevos diseñadores de aquí vean que la realidad en la que viven no coincide con la realidad del mundo ni con los problemas reales de la gente. Si el diseño es una herramienta para resolver problemas, abarcaremos muy poco si tan solo miramos al primer mundo. En un momento como el actual, con una crisis de puestos de trabajo, resulta interesante ver que existe un ochenta por ciento del mundo del diseño que está por descubrir. Se trata de abrir puertas que revelen otros paisajes más complejos pero también más vírgenes. Al fin y al cabo, el diseño de aquí se repite muchísimo.
PAULA - En cuestiones de aprendizaje, seguramente sean más enriquecedoras ese tipo de experiencias que aprender a diseñar un objeto perfecto, ¿no?
MANOLO - Así es. Yo tengo la suerte de que el CEU me permite dedicar parte del tiempo a mostrar a los alumnos este punto de vista, y los ejercicios que hago con ellos van muy en la línea que tú acabas de apuntar. Por ejemplo, con el material del que hemos hablado, la luffa, ¿qué más podríamos hacer? Seguramente cosas nuevas, diferentes y atractivas. Si se superan ciertas barreras de diseño como que el material sea raro, o que en ocasiones no sea de tanta calidad, uno se encuentra con un objeto absolutamente creativo, novedoso y atractivo, un material que rápidamente devuelve el esfuerzo invertido en él. Ese es el tipo de ejercicio que les planteo a los alumnos. Deben enfrentarse a algo nuevo sin dejar que todo lo hagan las máquinas, resolver los retos que plantea aquello que se desconoce. Ser diseñador es eso, no solo tener acceso a tecnología. Con métodos de producción más artesanales, más básicos, uno debe conocer al detalle el material con el que trabaja, y eso forma parte del aprendizaje de un diseñador. Este proyecto también aporta mucho en ese sentido. Por otra parte, es necesario entender el contexto en el que se encuentran los productos, y para ello los alumnos han de meterse en el pellejo ajeno. Solo así llegan a entenderse muchísimas cosas.
PAULA - ¿Ellos van a las comunidades contigo?
MANOLO - Sí, aunque hay matices. Las plazas son limitadas, no me puedo llevar a los veinticinco alumnos de clase. Lo de ir es voluntario, claro, pero he de decir que muy pocos aguantarían las condiciones del terreno. Como a muchos de los alumnos los conozco, suelo tener buen ojo para saber quién aguanta y quién no. De los que pienso que aguantarían y que lo disfrutarían, normalmente el ochenta por ciento no puede o no quiere. Por tanto, al final acaban quedando solo unos pocos que son los que vienen. Hicimos un proyecto en Mali al que vinieron cuatro alumnos y yo luego me traje a tres de allí para que estudiaran en el CEU. El año pasado estuvimos en Senegal con nueve. Lo normal es que en cada proyecto vengan entre uno y nueve, y no siempre, porque a veces la visita a terreno coincide con periodo de vacaciones. Normalmente diseñamos el producto aquí y mediante planos o renders nos lo llevamos al terreno y lo ponemos en marcha. Hay un momento, al inicio, cuando surgen todas las dudas, en el que es importante estar con los artesanos. Debe haber siempre una persona. Como mínimo yo, aunque muchas veces viene también mi pareja, Amparo, que sabe de costura. Ella suele encargarse de toda la formación en textil.
“El diseño tiene que expandirse, no podemos convivir tantos diseñadores en un metro cuadrado para hacer lo mismo. En el fondo es lo que está pasando. Es muy bueno, tanto a nivel personal como profesional, que los alumnos vean otras realidades y desarrollen sus habilidades en otros contextos. Si el diseño es una herramienta para resolver problemas, abarcaremos muy poco si tan solo miramos al primer mundo. En un momento como el actual, con una crisis de puestos de trabajo, resulta interesante ver que existe un ochenta por ciento del mundo del diseño que está por descubrir.”
PAULA - Al haber estado en tantos sitios, con tantas comunidades diferentes, debes de tener un gran conocimiento de la cultura material de los sitios. ¿Cómo ves esa relación entre diseño y antropología?
MANOLO - ¡Uff, qué pregunta! ¡Me la tendrías que haber pasado por escrito hace una semana! (Risas). No sé si te voy a contestar, pero voy a hablar sobre ello. Hay un punto de partida que conviene dejar claro: por entendernos de alguna manera, a la gente con la que trabajamos las llamo “artesanas”, pero en realidad ni lo eran antes, ni lo acaban siendo después. De una u otra manera, acaban haciendo artesanía, y por eso las llamamos artesanas. Lo que quiero decir es que no trabajamos con culturas ancestrales, con tradiciones basadas en los materiales. En realidad, lo que hacemos es llegar a un sitio donde no hay nada, vemos qué materiales baratos o gratis hay alrededor, y con eso montamos un proyecto. ¿Qué materiales hay? Puede que, como sucedió en un desierto de Perú, solo haya arena y debamos amoldarnos para diseñar productos con tela y arena. Otro ejemplo podría ser el de Kenia. En la zona en la que trabajamos hay un problema con las botellas de agua de plástico, ya que hay algo de turismo y durante años se ha acumulado una cantidad impresionante de botellas que acaban en basureros. En uno de los proyectos nos inventamos cómo reciclar ese material y convertirlo en un producto destinado al comercio. También hay mucha basura de chanclas que flotan y, a través de las corrientes del Índico, llegan a ciertos puntos de la costa de África generando montones de basura de goma eva. Te digo todo esto porque mucha gente confunde a un artesano en África con alguien que domina técnicas ancestrales de tallado. Y no, no es así. No tienen ni idea de trabajar ningún material y, además, los materiales de los que se pueden proveer de forma gratuita son materiales como arena, una chancla vieja, botellas de agua o bolsas de plástico reciclado. Es un inconveniente que debemos añadir a todo lo que hemos planteado hasta ahora.
PAULA - Puede que incluso tenga más mérito crear algo útil y bello partiendo de esas materias primas, ¿no?
MANOLO - Tiene más mérito, sí. También es cierto que los productos derivados de esos materiales no se podrían vender si no fuera en una red de comercio justo que valora especialmente el origen del producto. Ese tipo de productos no los compraría nadie si los expusieran en una tienda pija de Ruzafa. Pero si los vendes a través de una ONG o de una tienda de comercio justo donde el público valora y entiende de dónde viene aquello, entonces sí pueden venderse. Jugamos con esa ventaja de la concienciación. Al final, de una forma u otra, quien trata de colocarnos su producto nos vende también la filosofía que hay detrás de él.
“Nos hemos volcado y hemos abrazado las nuevas tecnologías olvidándonos de lo que había. Era más barato, más rápido y más productivo. Lo que deberíamos reivindicar es una cosa y la otra. Es verdad que vamos hacia un mundo digital, pero seguimos pisando un mundo físico. ¿Por qué denostar u olvidar una cosa en pro de la otra? Trabajemos con las dos.”
Mientras hablamos el sol casi se ha escondido por detrás de los árboles y el cielo se ha puesto naranja. Unas gaviotas flotan sobre la orilla, casi levitan. Pienso que hacía demasiado tiempo que no veía una puesta de sol en la Albufera. El dueño del restaurante está recogiendo y bromea con el frío, está deseando que nos vayamos pero aún tenemos ganas de conversar. Cambiamos la terraza de La Brisa por un banco del paseo marítimo y le pregunto a Manu por su trayectoria. En el CEU estudió Diseño Industrial y un máster especializado en mobiliario e iluminación. Estuvo becado nueve meses en el estudio de Magnus Long, en Londres y, por varias casualidades, terminó trabajando en México DF con Héctor Esrawe en su estudio de arquitectura y diseño de interiores y mobiliario.
MANU: Por mi experiencia he visto que en Europa se trabaja en pequeños equipos de diseño que hacen propuestas a marcas que producen y comercializan esos diseños, generalmente mobiliario y producto. En México, en cambio, no hay industria ni grandes marcas. Los estudios de diseño en México diseñan, producen y venden todo lo que hacen por lo que generalmente los estudios medianos tienen sus oficinas, su fábrica y su tienda. Ese es el caso de Esrawe. Algo que fue un reto y disfruté muchísimo fue estar en el taller con los artesanos: empecé a conocer muchas técnicas, materiales y profesionales. De ahí que surgiera la idea de EWE Studio, un estudio paralelo a Esrawe pero con otros tiempos de producción: hacemos piezas únicas o ediciones cortas de mobiliario. Preservamos y potenciamos la herencia artesanal de México y diseñamos en conjunto con talleres de Oaxaca, Puebla y Guadalajara. Para que nuestro modelo sea sostenible, vendemos a través de galerías de arte, nuestras piezas son muy escultóricas y cada una tiene sus tiempos de producción, desde un mes a tres meses y medio.
MANOLO - Uno de los valores y puntos de interés de EWE Studio es que trabajáis en una zona del mundo del diseño muy al límite, tanto que a veces se considera más del mundo del arte que del diseño. Hay una zona común entre el mundo del arte y otros mundos como puede ser el del diseño, o al revés. Es una zona difusa que intranquiliza a la gente, la incomoda, porque normalmente nos gusta etiquetar las cosas y tener claro qué es y qué no es. Yo creo que en EWE Studio tenéis el atractivo de situaros en esas arenas movedizas entre el arte y el diseño. En el fondo, lo que se está haciendo es tomar territorios nuevos para el diseño, colonizar nuevas zonas. Yo le doy mucho valor porque es muy arriesgado, novedoso y, al mismo tiempo, nos beneficia a los diseñadores porque reivindica esos nuevos territorios y amplía nuestro rango de trabajo.
MANU - Claro, es que se trata de un terreno que permite muchísimo más la experimentación. Los límites acaban siendo los que tú pongas: si trabajas con un artesano que es capaz de encontrar piedras de ocho toneladas, traerlas a su taller y recibirte con los brazos abiertos para que tú le digas qué hacer, o para que él te sugiera qué se puede hacer, no puedes conformarte con hacer un mueble comercial. Si tienes la posibilidad, tienes que hacer algo retador. Por supuesto son materiales caros, procesos caros, y hablamos de maestros artesanos. Cuando digo “artesano” parece que hablo de un pobre señor picando piedra, pero no, son talleres organizados con equipos de quince personas. Los mejores artesanos del país. Firman sus piezas junto a nosotros porque están felices de haberlo hecho.
MANOLO - Cuando en Valencia reivindicamos la artesanía, reivindicamos al pequeño artesano, el que reparaba sillas o trabajaba con el esparto y hacía alpargatas. Los artesanos con los que ellos trabajan son grandes equipos que se enfrentan a materiales muy difíciles. No tiene menos mérito, pero sí menos escala, hacer unas alpargatas de esparto o enfrentarse a una piedra de quince toneladas de mármol y sacarle partido. Hay un diferencial que lo hace especialmente atractivo.
MANU - Nosotros también trabajamos con el pequeño artesano que hace cosas más sencillas. Pero la realidad es que lo que perseguimos es el reto, no lo que ya está hecho. Utilizando técnicas que ya existen y materiales naturales, buscamos resultados que apelen a los sentidos y cuenten algo nuevo con lo que ya estaba ahí. Esa es la razón por la que trabajamos con los mejores artesanos del país.
PAULA - Vosotros que habéis viajado por casi todo el mundo, ¿cómo creéis que se ve Valencia desde fuera, desde el punto de vista del diseño?
MANOLO - Yo creo que la capital mundial del diseño es una buena oportunidad para dar a conocer a Valencia porque no se la conoce. Nos conocemos los diseñadores, pero somos el 0.001% de la población del planeta. El resto, ni idea. Puede que un diseñador de Berlín haya oído hablar de Valencia, pero más porque ha venido a veranear que por otra cosa. Por eso precisamente tiene sentido la capital, porque visibilizará lo que somos. Y lo que somos es mucho para Valencia, y poco para el mundo. ¿Qué nos vamos a creer? ¿No te parece, Manu?
MANU - Coincido un poco contigo. Puede que Valencia tuviera su momento cuando estaba en el mapa de las ferias de diseño del mundo, cuando también lo estaban las de Europa. El mundo de las ferias de diseño partió en Europa pero ha ido emigrando a EEUU, Asia, China y Japón. Por lo tanto, no creo que Valencia esté en el mapa actual del diseño contemporáneo en el mundo. No porque no deba estarlo, sino porque siento que diseñamos para nosotros, para lo que pasa aquí, y que nos proyectamos poco hacia el exterior. Eso no es ni positivo ni negativo, pero creo, como mi padre, que hay ciertos diseñadores españoles que destacan en todo el mundo y diría que destacamos más como país que como ciudad. No solo a nivel de diseño, sino también de arquitectura o en cualquiera de las artes.
MANOLO - Yo creo que en diseño somos muy locales y nos miramos demasiado al ombligo. Da la impresión de que todo se acaba en los diseños que hacemos los diseñadores valencianos para los diseñadores valencianos. En el diseño valenciano no hay diferentes estilos. Hay uno, que es el “estilo diseño valenciano”, y con eso no vamos a ningún lado. Eso tiene que cambiar si queremos estar en el mundo, y se puede hacer de dos maneras: cambiamos y nos posicionamos en el mundo, o nos posicionamos en el mundo y nos damos cuenta de que, si no cambiamos, nos bajan enseguida. Creo que va a haber un antes y un después de Valencia Capital Mundial del Diseño siempre y cuando genere un cambio. Si no lo genera, la habremos fastidiado, porque el diseño valenciano necesita abrir horizontes, experimentar, necesita mucho más riesgo. Eso no es solo un papel de los diseñadores, ha de ir acompañado de una mentalidad industrial que vaya en esta línea, tiene que haber industriales que apuesten por esas nuevas visiones del diseño. También se precisan usuarios que disfruten de este cambio. Una cosa está clara: cuando dominas un lenguaje es necesario cambiar o te quedarás estancado. Hoy he oído en la radio que C. Tangana, que fue novio de Rosalía, le ha tirado un zasca. Ha dicho algo así como “molaba conocer a Rosalía cuando no la conocía nadie”. Con el diseño pasa un poco lo mismo: ya sabemos todos de qué hablamos cuando hablamos de diseño valenciano, ¡ya no mola! Ahora sería interesante que surgiera gente mucho más disruptiva, más atrevida, que te golpeara y te hiciera pensar. ¿No te parece, Manu?
MANU - Yo creo que los diseñadores están condicionados por la industria, y la industria es la que hay, y cada vez hay menos. Si trabajas con los materiales que te permite la industria local o nacional, que cada vez son menos las oportunidades porque es un sector en crisis. Si, además, la historia de la artesanía valenciana y española ha ido decayendo con los años, ¿dónde está el sitio para experimentar y cambiar? Como mi padre, también tengo la sensación de estilo común en lo valenciano.
MANOLO - Digamos que es correcto, predecible y poco sorprendente. Con esas claves no puedes estar en el mundo del diseño.
PAULA - ¿Cómo creéis que podría enfocarse el diseño para mejorar la vida de las personas?
MANU - Respecto a lo que ha contado mi padre sobre Free Design Bank, obviamente coincido en casi todo. Pero, en mi opinión, el diseño no tiene que mejorar la vida de las personas o cubrir unas necesidades específicas todo el tiempo. Para mí, una forma muy sencilla con la que el diseño puede ayudar a la gente es dando trabajo. Trabajo de producción, trabajo artesanal. Te voy a hablar de México porque es donde vivo ahora. Allí no hay grandes empresas o grandes cadenas de mobiliario o de producción de objetos de diseño, es una industria bastante local, distribuida entre ciudades y que aún tiene una producción corta. Cuando compras ese tipo de industria entiendes a quién estás ayudando, a quién le estás pagando. De hecho, muchas veces tienen el taller de producción en el mismo espacio dónde venden. Dicho esto, para mí, la forma en la que el diseño puede ayudar es involucrando a toda la gente que se pueda en el proceso de creación. También debería haber un cambio en la forma de consumir para que se adquieran menos cosas pero mejores, sobre todo cosas tras las que haya una persona y no una empresa gigante.
MANOLO - Me gustaría añadir que Free Design Bank pretende ser un modelo en el entorno en el que trabaja, no un modelo de diseño. Es un experimento que funciona y que cubre una parte de lo que puede ofrecer el diseño. No me gustaría que pareciera que Free Design Bank es la solución o el salvador que dice por dónde deben ir los diseñadores. Todo lo contrario. De hecho, como modelo no es implementable aquí. Lo que pasa que, en la medida en que el mundo es cada vez más global, resolver problemas en otros continentes también es resolverlos en el nuestro.
PAULA - Ahora que vamos hacia un mundo tan tecnológico, industrializado y global, ¿cómo veis el futuro de la artesanía?
MANOLO - Yo lo veo muy bien. ¡Al menos le deseo mucho bien!
MANU - Depende de dónde estés, pero también coincido con mi padre. Vamos en esa dirección, volvemos a eso que ya estaba ahí. Todo depende de la parte del mundo en la que estés. México, por ejemplo, es un país en el que la artesanía nunca ha dejado de estar viva, en él se valora y se protege a los artesanos, se promueve su herencia. Lo que sí es verdad es que debe darse un giro económico para que eso siga siendo atractivo como negocio. El problema que veo en México con la artesanía es que, para mucha gente, es probable que esta sea la última generación que se dedique a ella. La mayoría de artesanos con los que yo trabajo tienen entre cincuenta y setenta años, y sus hijos ya no quieren dedicarse a eso. Puede que el problema actual de México sea el de otros países hace treinta o cuarenta años, pero creo que los diseñadores podemos evitar de alguna forma ese proceso de desaparición.
MANOLO - El diseño puede y debe poner en valor las posibilidades de la artesanía.
MANU - Creo que el diseño puede dejar de lado la producción en serie y volver a la producción artesanal. Ese ha sido uno de los factores por los cuales la artesanía se está perdiendo. No tiene un público, un consumidor. Debemos acostumbrarnos a producir y a consumir de otra forma. Creo que ese es un camino posible para los diseñadores.
MANOLO - En la línea de lo que dices, creo que en términos generales nos hemos volcado y hemos abrazado las nuevas tecnologías olvidándonos de lo que había. Era más barato, más rápido y más productivo. Lo que deberíamos reivindicar es una cosa y la otra. Es verdad que vamos hacia un mundo digital, pero seguimos pisando un mundo físico. ¿Por qué denostar u olvidar una cosa en pro de la otra? Trabajemos con las dos. En lo físico están los materiales, el valor del proceso; en lo digital están las prestaciones. Creo que uno de los problemas del diseño es que, hasta ahora, se ha olvidado de los artesanos para ponerse en manos de las nuevas tecnologías. Lo que deberíamos haber hecho es abrazar las nuevas tecnologías sin dejar de lado el conocimiento y la cultura que proviene de los procesos y materiales artesanales. Lo que se está haciendo a día de hoy en el mundo del diseño es estirar de nuevo la mano para atrás tratando de recuperar esos procesos. El problema es que, con las últimas crisis, el factor humano, que era el que tenía el conocimiento, se ha jubilado o se ha ido a otro sitio: yo trabajé muchos años con una empresa de muebles de ratán, Industrias Cerdà, que tenía no sé cuantos cientos de operarios que sabían manejar el bambú, la caña, el ratán, etc. Hay que dominar toda una serie de técnicas para convertir una liana en un mueble. Cuando la empresa cerró por la crisis, cientos de artesanos especialistas en la manipulación de un material natural se fueron a la calle y, con ellos, se perdió ese conocimiento.