Lawerta: IIustración, fútbol y paternidad
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Lawerta es ese tipo de niños que hubieras elegido en tu equipo del recreo en el colegio. Poco importaba si su juego era torpe o excelso. Lawer, como le llaman todos aquellos que le quieren -es decir, todos-, piensa en fútbol; sueña con alineaciones; escucha los golpes del balón cuando impacta en la portería; es capaz de diferenciar el césped del Mestalla de cualquier otro del mundo; oye cada una de las miles de voces que cantan en un estadio lleno de niños como él, es decir, de locos por el fútbol.
“Pintar, dibujar y todo lo relacionado con ello siempre ha estado presente desde que tengo uso de razón. Cuando estaba en la guardería, tendría 3 ó 4 años, mis padres vieron que dibujaba bien y los profesores me pidieron que hiciera la felicitación de navidad. Todavía la conservo. De hecho si tienes un momento, te la puedo enseñar”, comenta Jorge Lawerta, el ilustrador valenciano que con más color y brillo ha sabido pintar y dibujar un deporte tan masificado como el fútbol.
Mientras Lawer habla, el sonido de su pincel deslizándose por el lienzo nos acompaña. También los canturreos y las quejas de su hija Carlota que no entiende por qué su padre le ha cerrado la puerta y le ha dejado en el parque. Ella quiere ser protagonista también. Así que el ilustrador no tarda ni un minuto en volver a abrir la puerta y tener a su hija como testigo especial de esta charla.
Lawer trabaja en casa y tiene una disciplina tan férrea como la de un deportista de alta competición. Es un animal diurno, se levanta a las 5 de la madrugada y a las 5.15 ya está delante del ordenador, siempre con la radio puesta. Al contrario de otros ilustradores que se quedan hasta las tantas trabajando, Lawer necesita el sol: “Cuando se va el sol, necesito tirarme en el sofá a ver la tele o estar con mis hijos. Es como que el cerebro se me va deshaciendo. Por las mañanas soy más productivo y me salen mejor las cosas”.
Tras la guardería llegó el colegio y allí también pintó la portada del anuario. Mickey Mouse era uno de sus personajes favoritos. Toda su familia y amigos le iban diciendo que sí, que tenía mano para eso de la pintura, así que la decisión estaba tomada:
- Me metí en Bellas Artes en la Academia de San Carlos un poco porque no sabía qué quería hacer; no veía la profesionalización de lo que a mí me gustaba. Porque yo sabía que me gustaba dibujar, conocía al dibujante de Disney y a los de algunos cómics pero a nadie más. Aquella era la época del boom del diseño, estaba muy demandado el trabajo para marcas y así fue que empecé a enfocar mi trabajo al diseño gráfico.
- ¿Pero te cansaste pronto, no?
- Sí, yo terminé Bellas Artes, entré en un estudio de diseño seis meses y después estuve en CuldeSac. Tras 3 ó 4 años me quemé, porque me di cuenta de que el diseño gráfico no me gustaba.
- ¿Y te fuiste a Nueva York?
- Sí, me fui a currar a Nueva York porque mi hermana me consiguió un trabajo allí en una agencia. Me fui pensando que el fallo era Valencia y que en Nueva York me gustaría más el diseño gráfico.
- Y no fue así, ¿no?
- No, pero allí descubrí a las agencias de representación, vi cómo era el mercado, cómo los ilustradores tenían un modelo de negocio y solían estar bien valorados. Yo no sabía que el oficio de ilustrador existía como tal, pensaba que era un trabajo para dos elegidos que habían tenido la suerte de encajar y ya está. Terminé allí y me volví a Valencia. Porque Nueva York es todo lo bonito que quieras pero es muy duro vivir allí.
Realmente, Lawer llegó a Estados Unidos mucho antes de aquella fecha, en el año 1995. Tenía 10 ó 11 años: “Nos fuimos a vivir allí por el trabajo de mis padres” y fue allí donde se gestó su nombre artístico. “A la hora de inscribirnos en el colegio, la 'hu' de mi apellido -Lahuerta- la entendieron como 'w'. Les gustó así, a mí también, y mis amigos me empezaron a llamar Lawerta o Lawer y así se quedó. Lo de mi hermana fue peor. La 'hu' del apellido de mi hermana la entendieron como una 'm', así que era María Lamuerta”, comenta entre risas.
Al volver de Nueva York, Lawer quería empezar de cero pero no necesitaba estar en el centro de algo. Empezó por su cuenta haciendo trabajos de todo tipo para “catálogos, marquitas y folletos”. Después eligió nuevo destino. Uno que sería crucial para su vida: Buenos Aires. “Fui allí porque no tenia casa ni obligaciones y tenía el dinero que había ganado en New York. Allí empecé a hacer portfolio con trabajos de fútbol argentino. Fueron los primeros proyectos que hice de ilustración pura y dura. Mis primeros clientes fueron la cadena televisiva ESPN en Estados Unidos y El País de las Tentaciones en España. Eso me fue dando ánimos y, poco a poco, con el tiempo, me fui abriendo camino”, explica Lawer. El siguiente paso era encontrar una agencia que distribuyera y organizara su trabajo: "The Mushroom es actualmente mi agencia y gracias a ella llega “mejor y más trabajo, con agencias grandes y con clientes que tienen mucha visibilidad”. El salto fue enorme y aunque actualmente el grueso de su trabajo es en España y con el fútbol, no descarta proyectos fuera: “Por gusto personal empecé a hacer ilustraciones de fútbol. La gente se suele encasillar y yo creo que a mí me han etiquetado ahí, en el mundo del fútbol. Es normal. A mí no me van a pedir un trabajo como el de Paula Bonet pero sí podría hacer, por ejemplo, libros para niños”. Sin embargo, su prioridad profesional no está ahí exactamente: “Lo que sí me gusta es hacer cosas que no haya hecho antes. Nunca había ilustrado etiquetas de cerveza y con Zeta llegó esa oportunidad. Ilustré una serie de podcast en Podium y ahora por ejemplo, quiero hacer más murales”. Otro de sus objetivos es seguir creciendo en su trabajo personal y abrirse hueco en el mundo del arte. 'Arte', sin embargo, es una palabra que a Lawer le da reparo pronunciar, como si le escociera la boca al decirla. No quiere compararse con otros artistas, no quiere definirse como tal pero sabe que lo hace se parece mucho a esa palabra que huye silabear.
Los padres del pintor son de Zaragoza, él nació en Valencia. Vivió en el barrio de Campanar y en la calle Maestro Rodrigo. Después se mudaron a La Cañada y de allí a Rocafort. Siempre hizo vida de pueblo pero tenía unas ganas locas de vivir en Valencia. Ahora lo hace, en un precioso edificio de la calle Félix Pizcueta. Un hogar que es también estudio: “Lo que más me gusta de Valencia es que es cómoda y asequible. No necesitas transporte, puedes ir andando de una punta a otra o en bici. Antes vivía en Rocafort y necesitaba el coche para todo. La relación calidad precio es muy asequible. Es la medida perfecta”.
Sin embargo, como padre, echa de menos zonas cuidadas para niños. “En ciudades como Berlín o Nueva York hay parques que son increíbles. Es verdad que son ciudades con muchos más habitantes pero la calidad de esos parques es increíble. En Berlín hay camas elásticas, areneros, estructuras para que los críos suban y bajen. En Valencia los parques están como desangelados”. Esta sería la única petición que Lawer haría a una ciudad que le recuerda a otra, su segunda casa -Buenos Aires- por la calidez. Con la capital argentina mantiene una relación de cierto fetichismo: “Me gusta su cultura, el acento, el fútbol. Si no viviese en Valencia me gustaría vivir en Buenos Aires. Estoy enamorado de la ciudad. Y es un caos, es cara, insegura e incómoda pero hablar con la gente, que te cuenten esas historias protagonizadas por inmigrantes con culturas y religiones distintas... eso me encanta. A veces, incluso, hablo medio argentino”.
Uno de los murales que Lawer ha pintado recientemente ha sido en el restaurante argentino Che Baires que regentan sus suegros: “Como hay confianza, todo fue bastante relajado y de disfrute. Tenía un lienzo en blanco y, a no ser que hiciera algo muy raro, me iban a dejar. Era un campo de pruebas”. Decidimos almorzar allí y nos pedimos unas empanadas de carne. Son, probablemente, las mejores de toda la ciudad. El fetichismo de Lawer con Argentina es contagioso porque nada más entrar a Ché Baires se apodera de nosotros una cierta melancolía. Es la de no haber estado en un lugar que ahora escuchamos, olemos y saboreamos. Lawer confiesa que se comería la carta entera del restaurante pero sus platos favoritos son la hamburguesa porteña y la milanesa napolitana.
Con el aroma de la brasa y de la carne nos despedimos. Hemos de dejar paso al otro Lawer que se desenvuelve por las tardes como aquel padre que todos quisiéramos tener: divertido, guasón, cariñoso pero recto. No sabemos si nos gusta más verle pintar o ejercer de padre con Pascu y Carlota. Sin duda, sus mejores obras.