Espai Verd: La catedral urbana de Valencia

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El oratorio interreligioso huele a cueva y la humedad nos hace sudar a todos. Antonio nos ha pedido que entremos allí con su hija y su yerno. Quiere que guardemos un minuto de silencio y reflexión tras casi tres horas de una entrevista que se ha desarrollado con sentido del humor y pasión, dos de las características que mejor le definen a él: Antonio Cortés Ferrando (Callosa del Segura, Alicante, 1954), arquitecto de Espai Verd, uno de los edificios más singulares de Valencia. Antonio se piensa como un hombre profundamente humanista y con hondas raíces espirituales. En su casa destaca un pequeño altar con todas aquellas imágenes y símbolos que le han acompañado a lo largo de su vida. Ahí está, por ejemplo, una imagen de Basili de Rubí, un padre capuchino y eremita de Montserrat que ha sido providencial en la condición espiritual de Cortés. No dejará de nombrarlo en toda la tarde. 

La casa de Antonio se abre al exterior en varias terrazas, hay una escalera de caracol y rincones de ángulos imposibles. Sin darte cuenta, las vigas de hormigón que sostienen el edificio invaden la casa, las paredes se convierten en cristal y las plantas crean sus caminos, entrando y saliendo a su antojo. En este salón repleto de una frondosa vegetación y un piano ahora en silencio, Antonio ha dispuesto una merienda con horchata y fartons. Le acompañan su hija Paz Cortés Alcober y el marido de ésta, Juan Serra, profesor de Expresión Gráfica Arquitectónica de la Universitat Politécnica de València. 

En esta misma mesa donde ahora comemos, nos cuenta Antonio, líderes religiosos de todas las confesiones se han sentado para intentar comprender el mundo desde sus diferencias, nunca insalvables. Miembros del judaísmo, budismo, hinduismo o islam han estado presentes en este hogar y en el oratorio interreligioso. Mientras él habla, todos le escuchamos muy atentos: “En la escuela, mis maestros me enseñaron que en arquitectura hay tres grandes espacios: el matemático, que es el espacio destinado a los objetos; el vivencial, el que será ocupado por el habitante y el sagrado, donde el habitante tiene su experiencia más completa: física, social, intelectual y espiritual. Este último espacio es el que más me ha interesado siempre”.

Espai Verd se entiende como una ciudad compacta del llamado 'brutalismo arquitectónico' que se inspira en otras obras como Walden 7 del catalán Ricardo Bofill o Montreal'67 del israelí Moshe Safdie. El edificio fue concebido como una catedral urbana que integra los tres espacios citados por Cortés. De éstos, el espacio sagrado tiene una importancia fundamental y es el motivo por el que estamos ante un edificio tan singular. Cuenta con 108 “adosados en el aire”, ya que hay duplex, trípex y hasta algunos cuádruplex. Todos tienen terrazas en cada planta y juntos suponen 21.000 kilómetros cuadrados construidos en vertical incluyendo vivendas, jardines, parking y zonas comunes como la piscina o la pista de running. Su ubicación no puede ser más particular: entre el barrio de Benimaclet y la huerta de Alboraya, Espai Verd se alza a finales de la década de los 80 con un discurso claramente avanzado en conceptos como sostenibilidad, ecologismo y tecnología. 

Cuando entras al edificio, atraviesas una fuente con cascadas que crea un ecosistema húmedo con un aire limpio y fresco. Tras ella, una montaña creada con toda la tierra resultante de las excavaciones del solar. Sobre la montaña se ubica una piscina. Ahí están disfrutando de un baño los tres nietos del arquitecto y su mujer. Un buen número de calles ajardinadas se despliegan como elementos vertebradores. La enorme escalera que conecta de modo vertical las 15 plantas del edificio está diseñadas a modo de escultura, mientras la planta baja y la planta cuarta conectan el edificio horizontalmente. 

Otro de los logros de este edificio es su cualidad de cooperativa: “Espai Verd nació en una cena entre amigos que pensábamos que podíamos crear una cooperativa de propietarios en el que todos tomáramos decisiones”, comenta Cortés, que busca la calidad de vida del habitante a través de estructuras participativas y horizontales en las que todos los vecinos son fundamentales. Para él, muchos de sus vecinos son “fundadores” porque apoyaron el proyecto desde su origen. Mientras nos enseña el edificio nos vamos cruzando con algunos de ellos y con todos tiene algo que comentar. 

Para entender cuánto innovó Cortés frente a la arquitectura que se hacía en los 80 en nuestro país, es importante destacar que giró 45º la planta del edificio para que recibiera luz solar en todas sus fachadas, que instaló banda ancha cuando la mayoría aún ni siquiera sabíamos lo que era internet e, intuyendo que en el futuro se trabajaría desde casa, dotó a cada vivienda de un estudio con acceso independiente. Todavía quedan algunas fases por terminar del proyecto inicial, como el centro social con gimnasio y los conductos de recogida de basuras que conectarían cada vivienda con un depósito y permitirían mediante robótica poder separar los residuos para poderlos reciclar.  

Seguimos paseando y descubriendo detalles como las anotaciones en los pilares, que Cortés conservó, “como se hacía en las antiguas catedrales». También vemos un panel explicando todas las variedades de aves que viven en el edificio, algunas como los cernícalos prácticamente inexistentes en los alrededores Valencia. Y también, entre risas, nos explica su miedo a las alturas y como, hasta que no pusieron barandillas no pudo supervisar la construcción de las plantas superiores y como se iba expandiendo a voces por toda la obra “el arquitecto, que tiene vértigo”.  

Llegamos a la puerta principal, nuestro punto de partida. Despidiéndose, sonriente, afable, visionario, me dice: «Mira hacia arriba, ¿a que es como una catedral?»

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