Berta García Faet: “Reíros: me creía flor”

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La entrevista con la poeta Berta García Faet (Valencia, 1988) que ahora leerán se desarrolló de la misma forma en la que se despliegan sus poemas, es decir, como la vida: a trompicones, con interrupciones, repeticiones, silencios y temblores. Berta es una mujer tan intensa como divertida, tan rebelde como culta, tan amable como tumultuosa. La charla con ella - en persona, por mail, Messenger o Skype- es siempre enriquecedora y es inevitable no llevar un pequeño cuaderno en el que ir apuntando algunas de sus reflexiones que son, en verdad, versos escondidos. Algunos de ellos los verán reflejados en esta entrevista. No duden en gritarlos como mantras por las plazas, en tatuárselos en el brazo, en imprimirlos en las tazas del desayuno. Son ahí –y no solo en los libros- donde deberían estar.

Hola guapa! Hasta cuándo estás en NYC?? Regreso a la costa este 17 de enero, por si acaso! Abrazote

Berta me escribió por Messenger el 1 de enero de 2018 mientras “disfrutaba” de unas vacaciones en Nueva York a -18 grados. Fue, oficialmente, el primer mensaje que recibí en el año. Yo apenas conocía a Berta, jamás le había visto. Eso sí, éramos “amigas” de Facebook y, sobre todo, había leído su obra completa recientemente. Recibí el mensaje con alegría y con la extraña convicción de que Berta y yo nos habríamos cruzado cientos de veces por Valencia sin saberlo. ¿Cómo era posible que dos vecinas de Russafa necesitarán miles de kilómetros para ponerse voz y cara? El mundo, a veces, es un lugar curioso.

Hola ;) Ay, me hubiera encantado, pero me vuelvo mañana que me toca trabajar. Pero yo estoy aquí en Valencia de viernes a lunes por la mañana, así que podemos quedar cuando vengas. Besos.

No nos vimos en Nueva York ni en Valencia. De hecho, no nos hemos visto todavía y, sin embargo, esta entrevista que ahora leen es, probablemente, una de las más cercanas y sinceras que he podido disfrutar en mi trayectoria como periodista cultural.

Ostras qué guay! Pues ya estoy aquí. Cuando quieras cafeteamos.

No hemos cafeteado todavía Berta y yo pero tampoco nos ha hecho falta. A partir de esta conversación llegó la petición de DESFICI que Berta aceptó encantada. Paula fue a la casa familiar de Berta en la Gran Vía valenciana mientras yo trabaja en la Gran Vía madrileña. Berta fue divertida – hizo incluso “la palmera”, moviendo sus brazos rítmicamente-, nos invitó a horchata ecológica que compró en el mercado de Russafa y nos mostró sus libros publicados en La Bella Varsovia.

Este reportaje va a intentar acercarse mínimamente –en fondo, forma y textura- a la poesía y a la mente de Berta. Sabemos que es una tarea ardua pero el reto nos parece fascinante.

“Mi día perfecto en Valencia sería ir de horno en horno por Russafa y el Carmen (pongamos, Horno Valencia y Pan Creativo Artesano, respectivamente; podría hacer una parada técnica en Torreblanca, aunque para esto tendría que desviarme 20-25 minutos…), haciendo estratégicas visitas a la Librería Bartleby y Novedades Casino. Encontrarme con Pau y Bea y ponernos al día cenando sushi por Àngel Guimerà. Después ir al mismo bareto suyo de siempre (al cual yo me acoplo, y que no sé cómo se llama; está por Bolseria) con Johnny B. y Julio. Hace poco me descubrieron un restaurante exchino y pseudoindio pseudoitaliano exquisitamente decadente ahí por Pont de Fusta y que abre hasta las tantas; aprovechando la coyuntura, visitaría a Guille, Isa e Inés y luego volvería andando, me gusta mucho cruzar esos puentes cuando atardece y el cielo se pone rosa. Me he hecho un poco de lío con los horarios, creo que he contado cómo sería un día y medio perfecto… En algún momento también quisiera jugar a la Fallereta Calavera con Belén y Sergio, que sólo he jugado una vez, pero me encantó”.

Así sería el día valenciano perfecto para Berta García Faet y pienso: “¿Quién no querría acompañarla?”. Es cierto que uno solo comprende las ciudades si las camina y, si leemos detenidamente esta ruta improvisada, no hay duda que la poeta ha caminado su ciudad.

Berta García Faet vive y trabaja ahora en Providence (Rhode Island, EEUU). Desde allí, como ella dice, “escribe, reescribe, desescribe y criba”. Estudia un doctorado en Hispanic Studies en Brown University e investiga “asuntos misteriosos de poesía española y latinoamericana”. Todas esas cosas hace. Antes había vivido en Nueva York, Barcelona, Madrid, Nantes y Boston. En algunos de esos lugares permanece todavía. Y en todos ellos ha escrito parte de sus poemarios: Corazón tradicionalista. Poesía 2008-2001 (La Bella Varsovia, 2018); Los salmos fosforitos (La Bella Varsovia, 2016); La edad de merecer (La Bella Varsovia, 2015);  Fresa y herida (Diputación de León, 2011); Introducción a todo (La Bella Varsovia, 2011); Night club para alumnas aplicadas (Vitruvio, 2009); y Manojo de abominaciones (Ayuntamiento de Avilés, 2008). Y sí, nació hace solo 30 años en Valencia, una ciudad a la que sigue atada emocionalmente: “Cuando vuelvo siento que descubrí Valencia demasiado tarde, y que sería maravilloso poder vivir, o poder vivir más tiempo aquí, ahora que están pasando tantísimas cosas. Tengo a mi familia y a varios de mis mejores amigos, así que volver y, sobre todo, irme de nuevo, puede llegar a desgarrarme bastante”.

Me armo de valor y le pido a Berta que bucee en sus recuerdos -probablemente lo más preciado que tengan los poetas- y que me explique de qué se acuerda cuando piensa en Valencia. En una entrevista más normal, la otra persona respondería con una sucesión de momentos. Ella –sin saberlo (he decidido fragmentar su respuesta en versos, o "bersos" que es como llamo yo a los versos que escribe Berta)- nos regala este poema de largo aliento que podría servir a cualquier agencia de turismo. Aquí ya no cabe más belleza:

Recuerdos lindos son pasarme tardes enteras, en los primeros años de la universidad, en las librerías Ramon Llull y aquella de la calle de la Nau que recién cerraron (¿Facultats? ¿Universitats?), faltar a clase por quedarme ahí horas y horas; ir en coche por la Huerta desde Godella a Almàssera a casa de mis iaios, de noche, pocas lucecitas, de pequeña, la radio, villancicos o José Luis Perales;

cruzar el Carmen única y exclusivamente para tomarme una horchata en Santa Catalina; hacer una hora en tren a Gandía y fijarme en todos los matices del verde, las montañas; las calas de Jávea;

cierto kebab de Benimaclet; las discotecas adolescentes y veraniegas por la Malvarrosa; peregrinar de falla en falla con todo el grupito colegial;

el teatro Escalante;

mi hermano tirando petardos más grandes que él;

tardes de alemán en María Cristina;

quedar, vayamos a donde vayamos, en la plaza del Ayuntamiento y de ahí ya veremos; buscar el último bar de Russafa (negarme yo a salir de ahí) con Johnny B. para hablar y hablar; tumbarme en los bancos de Facultats muy pronto en la mañana y no entrar a clase de matemáticas financieras, mirar el cielo y pensar qué estoy haciendo con mi vida;

perder el metro y quedarme varada en el Empalme;

ver cómo avanzaban las obras del Mercado de Colón desde el ventanal de la ex-casa de mis abuelos; bajar al horno a comprar empanadillas, valencianas, palmeritas y pan quemado; merodear la librería Primado, no atreverme a entrar casi nunca;

una librería efímera (que quizás duró ¿seis meses?) en Carrer de Baix, donde conseguí Hebras de sol de Paul Celan; comer los domingos (de nuevo adolescentes) en Tony Roma’s;

polos de leche merengada;

acompañar a mi madre a numerosas y sucesivas tiendas de decoración, costura o manualidades a recoger encargos (y esperar en el coche fantaseando sobre cosas; deseando que no venga a nadie a protestar porque ha aparcado en segunda fila);

las palmeras y los troncos enormes de Gran Vía;

la humedad que no me deja respirar…
 

Berta me confiesa que vive su doble vida (dos países, dos idiomas, dos cotidianidades, dos redes amistosas, dos redes literarias) con cierta confusión y dolor. Tiene sus cosas positivas: “Desde el punto de vista estrictamente literario (y, de ahí, hay saltos a lo amistoso), también le debo mucho a EEUU y las becas que me dieron aquí, porque pude viajar a Latinoamérica y comprar muchos libros”. Sin embargo, le cuesta contabilizar ambas existencias y tiene “serios problemas para no paralizarse y desaparecer de una u otra cuando estoy inserta en la contraria”. Ella, que tanto trabaja con el lenguaje y conoce sus recovecos, lamenta no hablar valenciano: “Desgraciadamente no soy bilingüe, soy víctima total de la diglosia sistémica y me esfuerzo por recuperar el tiempo perdido, con pasión, pero poca fortuna. Amo, respeto y admiro la vertiente catalanoparlante de mi cultura y mi lugar, y me siento parte de este tremendo lío que es ‘lo valenciano’. Me molesta mucho el rechazo al valencià y esa especie de fobia, a veces bastante explícita y desvergonzada (ver, en general, lo que hace el PP), tan extendida y tan fea. Es un auto-odio bastante raro. No incomprensible, claro, porque entran cuestiones de clase, etc”.

Dentro de poco saldrá una traducción que la propia Berta ha realizado del poemario Aquest amor que no es ú de Blanca Llum Vidal: “Ha sido una de las aventuras lingüístico-literarias más preciosas y espinosas (la rima, los acentos rítmicos, el universo…) de mi vida. Bastante intenso, porque ha sido conectarme con un catalán muy particular suyo, repleto de hermosísimos mallorquinismos, muchas flores, plantas, giros. Muy guay que la editorial Ultramarinos se haya embarcado en locuras así. Espero seguir traduciendo del catalán y de momento voy preparando unos diarios de traducciones ‘falsas’ medio cómicas medio ensoñadas”. Los proyectos en los que Berta se embarca son tan fascinantes como la mirada que le conecta con el mundo: “Tengo un libro inacabado en inglés llamado TOM CLANCY, y luego tengo un pequeño chapbook, que se llama The Cash Project, que mezcla inglés, castellano, francés y catalán, casi sin ton ni son (y lenguas medio inventadas). Es un diario de una ruptura que tuve. Que me dolió dos días, dos días en los que escribí esto, acompañada (por contingencias) de L’animal que donc je suis de Derrida, y luego seguí escribiendo como si aún me doliera mucho, porque me parecía que iban quedando graciosos estos poemas”. Aquí encontrarán bellezas tan chifladas como la que sigue:

BÊTISE

BERTI
I BET
YOU TEASED
ME
CUT IN OFF
MY TIP?
SE
E?
SIP IT OFF
LITTLE BY LITTLE MY LITTLE
BERTI
OFF WIHT MY TÊTE
ABAJO LA TONTA POESÍA
 

En esta suerte de esquizofrenia lingüística hay un hecho que se produjo después de esta entrevista pero que conviene recoger con la misma ilusión con la que Berta lo ha contado en su página de Facebook: The Eligible Age, la traducción al inglés de su poemario La edad de merecer en la editorial The Song Bridge Press. “Es un inglés precioso, impresionante. Me da mucho shock y mucha felicidad. Es bastante inimaginable. Kelsi Vanada, la traductora, ha logrado algo muy extremo, creo yo”.

 
EL AMOR ES UN UNICORNIO SUBLIME
 
 

M.JESÚS: ¿Qué relación tienes con las redes sociales? ¿Podrías vivir sin Skype estando tan lejos?

BERTA: Sin Skype sí podría vivir, porque no me gusta nada. Lo mismo que hablar por teléfono, whatsapp, etc. 

M.JESÚS: ¿Y Facebook?

BERTA: Con Facebook tengo una relación más de amor-odio. Me he fugado muchas veces. Me he creado perfiles secretos. En fin, todo tipo de estrategias para estar sin estar, o para estar menos, o para poder concentrarme y trabajar. Ahora mismo tengo unos 2000 “amigos” y es muy complicado. Primero, porque no está bien pensando a un nivel técnico, “sigo” a gente que no conozco y me salen sus cosas y no me salen las de mis amigos. Así que pierdo tiempo y pierdo la paciencia. Lo mismo viceversa, me imagino, porque yo no sé quién me “sigue” ni por qué, ni por qué me dan likes bellas personas que nunca he visto y mis queridos amigos no se pronuncian sobre el último meme que he compartido; misterio; tragedia. Así que ni siquiera el que es para mí el objetivo básico de Facebook (mantenerme en contacto con mis seres queridos, enterarme de cosas literarias y políticas, difundir obras y autores que me gustan, hacer bromas, y hacerme autobombo) está claro que se cumpla. Segundo, está el tema autor-personaje-persona. Es increíble la de líos que he tenido por esta cuestión, la de que otros (casi siempre en masculino) confundan estos tres extremos. Gente que me lee y se piensa locuras de mí (por ejemplo, que soy Madame Bovary, o una femme fatale) y se siente en la libertad de escribirme para proponerme no sé qué, o para ser amigos o amigas, de la nada, y vía un intercambio de chat de tres líneas. Por suerte, y casi como por milagro, he hecho muy buenos amigos que a día de hoy, y tras vernos en persona, duran y duran. O vínculos literarios más genuinos, yo también como lectora. Pero eso sucede cuando uno comprende que una cosa es el perfil del Facebook y otra bien distinta, la del pobrecillo ser humano detrás de la pantalla. Y la obra literaria, otro cantar. 

M.JESÚS: ¿Y qué opinas del famoso algoritmo de Facebook según el cual solo leemos aquello que nos es afín?

BERTA: Claro, ese es el tercer punto, el más complejo, el de las comunidades ideológicas, con su buen toque de secta y universo paralelo. Según mi Facebook, Podemos gana con mayoría absoluta todos los días, y todos los votantes del PP son unos hijos de puta asesinos. Es un poco cansado para mí ver cómo nos leemos solo entre nosotros (siendo nosotros una comunidad aproximada de afectos y esperanzas ético-políticas). Crea muchos vicios y onanismos. Mi opinión personal, no del todo fundamentada, es que este es un factor clave de por qué sorprendió a todo el mundo (a todo el mundo “educated”) que ganara Trump. Porque los progres sólo nos escuchamos entre nosotros. 

M.JESÚS: Y entramos en un círculo vicioso sin salida…

BERTA: Claro, entramos en una espiral de matices e hiperconsciencias, argumentos teóricos que se van sofisticando en capas y capas de lecturas, excluimos (sin querer, en general) de la conversación al resto (“¡sería tan cansado explicarles exactamente por qué están equivocados…!”), y luego, después de hablar con nuestro espejo y haber, o bien ignorado la existencia del otro y la otredad (la de verdad, la que nos incomoda o confunde o deja boquiabiertos), o bien haberla despreciado y minusvalorado y hasta deshumanizado, vienen las sorpresas y vienen los odios. En determinado momento de alta crispación política por el “tema catalán”, me fui del Facebook porque no quería enterarme de qué barbaridades (a veces violentas) pensaban algunos amigos o conocidos míos, de ambas, digamos, “sensibilidades” (no diré “bandos”; ellos sí lo dirían). Prefiero vivir en la ignorancia de estas cosas. 

Y hace bien Berta. Mejor en los poemas que en ningún otro sitio. Ni siquiera, en las camas. En ambos lugares, por cierto, se combaten bien los abismos. Como en los aviones y en los aeropuertos:

De viaje al aeropuerto
zarandeo el lápiz

Escribo en mi libreta
este deslumbramiento

La madera no se cose no se cose el recuerdo
no se cose no se cose no se cose la muerte

Tendréis que morir por mucho que os ame

El lápiz se rompe por dentro
como yo
 
 

El poeta Joan Margarit dijo en una entrevista algo que quedó tatuado en mi hipocampo y al que recurro en aquellas noches que parecen tener pinchos. Él decía que existían dos tipos de intemperies: la física y la moral. La primera quedaba solventada por la tecnología: si hace frío, pones la estufa. Se acabó. Pero, ¿qué ocurre si tu hija se muere, si te deja el amor de  tu vida, si tu padre se va antes de tiempo? ¿Qué botón aprietas? ¿Hay algún libro de instrucciones? Ahí solo sirven dos cosas: el arte y el amor. Y muchos de ustedes, a estas alturas de la vida y de la entrevista, ya sabrán que esas dos cosas suelen ser lo mismo. 

Lo que quiero decir es que yo habré leído el poema PRIMERA EPÍSTOLA A CAMIL C. STÎNGA treinta y cinco veces. En distintos países y épocas del año. Con el pelo corto y el pelo largo. Triste y (razonablemente) feliz. Y todas esas veces me zarandeó del mismo modo y la sacudida siempre me sorprendía. 

Lo que les propongo ahora es que lean las reflexiones de Berta mezcladas con algunos versos –elegidos al azar y al amar-  de ese poema. Tomen aire:

En persona hablas conmigo en castellano / por escrito hablas conmigo en inglés / me duele mucho / te expresas mejor / en el idioma de tu exnovia / la irlandesa / que tiene un coño pelirrojo / y mínimo / lo sé por una foto

“El amor es un colmarse, un caerse. Por suerte no todo el rato, sería bastante mareante… pero si uno se para a pensar bien-bien, es eso… ¡imposible no marearse! Es como mirar el cielo de noche”.

Perdón por sacar otra vez el tema de tu exnovia / en realidad no me importa me da igual me da lo mismo / no estoy celosa ni nada sólo he mencionado a tu exnovia / porque me parecía que podría quedar bastante bien en el poema

“Sobre las tres epístolas a camil: el germen de estas cartas fue pragmático, su lector destinatario real era la persona real realísima de camil. No tendría por qué ser así, hay poemas enormes sin un origen compositivo de energía tan biográfica. En este caso sí fue así. En la concepción, en su columna vertebral. Sí quería emocionar a alguien: a él. Y no necesariamente por la vía literaria. Quizás por la retórica. Por la retórica-sentimental, quizás”.

El caso es que toda educación sentimental es básicamente / lingüística

“Me da una felicidad inmensa eso, conmover, y enterarme. Es algo que me sorprende y me sacude siempre. Si alguien siente conmigo lo que yo he sentido al leer ciertos poemas clave en mi vida, es máximo sueño cumplido. De hecho, antes de que me pasara, antes de que alguien de carne y hueso me contara cómo estalló ese vínculo, no se me había ocurrido que fuera posible”.

Aprovecho para decir que no entiendo cómo tu bellísimo esternón / no puede parecerte una maravilla de la naturaleza/ imperdonable / dado todo el dolor dado todo el horror / que hay en este mundo

“Si yo le he hecho pasar a alguien lo que yo he pasado leyendo a, por poner ejemplos radicales, y de diferentes momentos en mi vida, rosario castellanos, jaime gil de biedma, alfonsina storni, blanca andreu, carlos edmundo de ory… en fin, una mínima parte de eso; si eso es así y yo me entero, no me lo creo del todo, y la parte que sí me creo, me afecta, me hace sentirme muy afortunada”.

Cuando murió tu madre / yo no sabía nada / y me hubiera gustado saberlo / para besarte hasta morir hasta morirnos asfixiados de tanto dolor y / de tanto horror y / de tanta ternura / cuando te necesite / cuando te necesite dentro de muy poco tiempo / cuando te necesite dentro de muy poco tiempo tengo miedo no sé dónde estarás

“El poema por el que más gente me ha escrito es ese, el de camil. Una vez en un bar una chica que sabía que era él le dijo que era famoso, se rio (nos reímos) mucho. Cada vez que alguien me habla de ese poema, o de cualquier otro, en realidad, siento qué hermoso es vivir, escribir, qué milagro es la literatura”.
 

Ya sé que este reportaje debería terminar aquí, que es un disparate después de lo leído decir algo más. Pero Berta y yo vamos a hacerlo: es verdad que el siglo XXI tiene cosas horribles pero existen otras tan preciosas… Lo peor de todo es que tengamos que recordarlas innumerables veces. Como dice Berta desde su infinita sensatez: “Es una suerte haber nacido ahora y tener dos milenios (más; pero por ir a lo práctico) de absolutas obras de arte acumuladas, ahí, para nosotros”.

Así que finalizaremos esta entrevista anárquica e impetuosa con una lista (improvisada e inacabadle) por la que, según Berta García Faet, vale la pena tanta hecatombe diaria:

-El poema Aunque es de noche de San Juan de la Cruz y la versión flamenca de Enrique Morente. Es una cosa de otro mundo, es una especie de rezo no a Dios sino desde Dios. Parece increíble que un humano haya hecho eso. 

-Los poemas Sylvia Plath y el Arcipreste y El libro de la almohada y ver Seinfeld y escuchar a Shostakovitch y a Johnny B. Zero.

-Leer a Angela Carter y a Marosa di Giorgio y a Clarín y a Lorca y ver cuadros de Fortuny y de Eluska Zabalo y de Laura López Balza y ver a los hermanos Marx.

-Y Los Simpson, y Tania Hernández Velasco, y ver las esculturas de Julio González, y Shary Boyle, y ver Black Mirror, y frecuentar a Joann Sfar y a David Mazzucchelli.

-Y a los La Zaranda, y a los Yuyachkani, y leer a Diana Garza Islas, y a Tuti Curani, y a Emma Villazón, y a Juan Andrés García Román, y a Erika Martínez, etc., 

Ya saben: no se acaba nunca.  

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